Cuando un año se termina algo nos empuja a hacer una especie de balance. Es la idea de tiempo cerrado, de tiempo circular y de algo que se acaba. Cuando un año termina, el tiempo asume su rol de dios del tiempo, Cronos. Pero también el tiempo produce el malestar que lo caracteriza, la sensación de pérdida, de fragmentación y de ausencia. Por eso, mucha gente siente las ganas de festejar con euforia el año que se termina, para demostrarse que ha vivido realmente, otras, se deprimen pensando que ese año no ha sido fructífero, o cuando constatan que su vida no ha sido nada extraordinario, porque lo extraordinadio, lo especial, está en nosotros y no en el exterior. Nunca sabemos lo que es el tiempo si no es por esos signos exteriores que nos obligan a reconocer nuestra marca más humana: frágiles y efímeros.
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