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vendredi, décembre 02, 2005

Escribir una novela, un texto, puede ser un acto de generosidad, una manera de desparecer en el proceso para dejar que otros rostros aparezcan bajo la observación del ojo atento de su autor, una forma de ser una partícula del mundo para integrarse a él. Por eso, las leyes del mercado, la edición, poco tienen que ver con lo que sucede dentro del autor, con su padecimiento y su soledad. Afrontar el silencio de una página es como esa alegoría de Michel Leiris, La literatura como una tauromaquia, un riesgo, una apuesta ciega. Algunos ejercen un sacerdocio, otros, aspiran al mercado. Lo inédito no significa que un texto no exista, éste existe siempre para los lectores, muchas veces ignorados por los editores que manejan los criterios de mercado, desde el momento en que su autor lo deja brillar en la página. Un fragmento es algo que está construido con algo del autor y esa es su pequeña grandeza, y por eso un fragmento inédito de Michel Abax, que construye un personaje inasible, tal vez el mismo libro que se escapa...

Fragmentos de Error de Casting

Michel Abax


¿Había golpeado a la puerta de mi cuarto? Estaba oyendo Wednesday night prayer meeting, tocado por Charlie Mingus, a todo volumen, es verdad. Sentí su perfume que revoloteaba entre los saxos, luego sus manos acariciaron mi espalda como si fuese un contrabajo entre sus dedos, sacó el audífono de mi cabeza. Creo que había bebido sola en su cuarto, en plena tarde. No pude esconder lo que escribía y ella se puso a leer en voz alta sobre mi pantalla, los otros residente debieron escucharla igual que yo.

(...)

Cuando su avión salió de Niza hacia Madrid, me quedé en la cafetería del aeropuerto para tomar algunos vasos de vodka tonic y no me esforzaba en esconder mi desarraigo, sosteniendo mi cabeza entre mis manos y hablando en voz alta. Los empresarios, en la mesa del lado, levantaban la mirada de sus documentos y parecía perturbardos en su trabajo. Tenía miedo de no verla más. ¿Qué había en le fondo de su linda cebecita? Algunas células, algunas neuronas eran suficientes para crear en ella una resistencia para que nos volviéramos a ver. Después de todo, para ella, nuestro encuentro había sido marcado por el signo de un error de casting, y los conflictos entre nosotros, ¿no eran la prueba de un amor contranatura? Yo no sé si se trataba de una defensa de mi parte, una falta de confianza y la costumbre de perder que me venía de la infancia. ¿No era acaso el producto de la inestabilidad afectiva, como si la confrontación con la ausencia se hubiese vuelto una especie de órgano implantado a la fuerza, un cuerpo extranjero que en vano intentaba expulsar?... Repasaba todos los instantes pasados juntos, los que fundaban su sinceridad. Y por supuesto encontraba otros que estaban muy lejos de inspirarme confianza. Brazilia era una estrellita volcánica, y si la deseaba sólo para mí, tenía la impresión que no tenía menos que empujar un satélite, desviarlo de su órbita habitual para poder pararme en ese territorio en el presente lejano y frágil.

Habíamos ido al restaurante La boule, en el último piso de la tienda Kenzo. Estábamos en una mesa, frente al Pont Neuf para ver ese nuevo lugar que había servido de decorado a uno de los últimos episodios Sex and the city. Pensé que pasaríamos un momento juntos, frente a frente, pero no fue así. El había regresado de Venecia y la había llamado con la idea de devolverle las llaves de su departamento, me explicaba ella. Llegó a mis espaldas, no lo vi entrar y ella se levantó resplandeciente, de forma brusca para tomarse por los brazos, sus gestos eran tiernos, ella golpeaba su mejilla y acariciaba sus cabellos... El me ajustó la mano con flacidez, como si metiese su mano en un bol de gelatina transparente, luego, se sentó a nuestra mesa. En fin, volteado como se encontraba, estaba más que nada al lado de Brazilia, en realidad ni siquiera me miró a los ojos, se reía apretando el brazo de Brazilia. Era bastante corpulento, con una casaca de pana muy pequeña para él y un pañuelo verde botella, llevaba una cola de caballo y tenía la piel mate, una piel de grano ligero, y sus ojos negros estaban concentrados en ella, demasiado, sin duda...
Sentí que hubiesen preferido estar solos, en realidad partir de ahí para estar más tranquilos. Yo hacía un poco de figurante, un poco? Totalmente... Se hablaron por mucho tiempo, demasiado tiempo y sin dirigirme la palabra! Yo rumiaba mientras comía solo mi steak tartare y mi puré de camote, porque Brazilia no tenía hambre, hablaba y se reía con él que hablaba inglés sin que pueda comprender lo que realmente decía, sólo que tenía mil anécdotas para contarle sobre sus amigos en común y sus proyectos en el mundo entero.

(...)

He aquí que estábamos en una relación completamente virtual, gracias al precio reducido del teléfono en Internet y algunas manipulaciones fraudulentas. Pasábamos muy a menudo cuatro horas en el teléfono. En los casos más difíciles, ella me escribía desde un cyber café o de su computadora portátil. Tenía la impresión de seguirla por el mundo entero, escuchaba el ruido de las olas del Pacifico en San Francisco, o el Atlántico en Río, los ruidos de una tratoría en Roma, los anuncios en el tren en francés, español, etc... los ruidos de la calle en Barcelona, o los camareros de un Sushi bar que le dejaban la comida en su hotel de París. La seguía por todas partes, en todos los baños donde escuchaba correr el agua de la bomba o la de la ducha, la oía masticar, cubrirse con una sábana, ladrar a los perros, el rayo que caía sobre una ciudad y me hacían reconfortarla, la aconsejaba en sus comidas, en sus negociaciones, me había vuelto su secretario, le hacía sus plaquettes, y le contruía una página web, mi vida se organizaba completamente alrededor de ella.

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