Esta mañana he visto cómo amanecía la ciudad de Madrid. La basura ha sido recogida desde muy temprano, pero algunos mendigos duermen tiritando en los rincones de las entradas a los cafés. Dentro de esos cafés, la basura vuela por los aires (papeles, envolturas, servilletas...) parece que hubiese habido un terremoto o una catástrofe natural, pero es más bien ecológica!! Nadie cuida nada, nadie se hace responsable de este horror, eterna infancia. Un grupo de jóvenes bebe café comiendo hamburguesas tibias, sumidos en la indiferencia más completa. No hay otro sitio abierto a las ocho de la mañana, y decido tragarme mi aversión y meterme ahí para tomar un café. La chica que atiende es argentina, lo reconozco por el acento. Luego será al estación de Atocha, algunas personas con las cabezas pegadas tratan de hablar bajito para no molestar, es gente del Magreb o de Africa. Otros, vagabundos, alcohólicos, pobres desplazados y sin domicilio, dormitan envueltos en la mirada gélida de los transeúntes. Hay jóvenes latinoamericanos que se encargan de los trabajos más duros, transporte de carga etc... gracias a ello.as la sociedad sigue en pie, continúa su ritmo alocado. Y es moralmente duro y depredador. Si en Francia el capitalismo industrial está desatado, y hay algunas personas que lo identifican como responsable de la catástrofe ecológica y el desarraigo de nuestro tiempo, aquí no parece ser identificado como una de las razones, aquí todo el mundo parece sumido en una especie de perplejidad feliz. La infancia interminable y sin futuro, presente puro. Lo leo en esa expresión un poco ida, un poco fija, como alguien que no acaba de nacer. Ayer me quedé pensando si la gente que asistió al taller sobre Marina Tsvetayéva en la librería La central del Callao, entendió mi frase sobre la historia, cuando esta se impone a los movimientos interiores, violentándolos, dejándonos sin estado de alma, o sin alma, que es lo mismo. Sus expresiones no me revelaron nada.
Qué desierta es España. Tan distinta de Francia, de mi país, de todo lo que conozco. El tren ave es blanco, tan deslucido, que cuando veo un tgv francés que es azul (el azul es un color espiritual con densidad, el blanco es la disolución para mí), en una estación casi vacía, desertada por la calidad de encuentro humano desplazado a otros lugares más bastardos, calles, puentes, tiendas, recuerdo con alegría que vivo en Francia y que ahí, pese a todas mis quejas, queda un resabio de preocupación espiritual. Creo que en España, incluyendo Catalaluña, la ola neoliberal ha barrido con todo lo que podía quedar de lento, de atento. En eso, Cataluña es económicamente España, sigue el credo del dinero. La inociencia es rara. En el pueblo de Olot, a veces me cruzo con ancianos que se detienen a preguntar por una calle, un hombre me preguntó la otra vez, mostrándome un corazón de plástico en la Palma de su mano, si creía que era un zarcillo, cosa que me sorprendió, porque en América decimos aretes o pendientes...
Ciertas sociedades parece que no ofrecen otra cosa que el lenguaje de las cifras en una forma de pensamiento de la abstracción individual casi perpleja, debe ser esa la expresión poco plástica de algunos rostros. No identificarse con ese credo es ir a dar al basurero humano, no hay modelo que represente la frugalidad. Sociedad bajo tutela por flojera y por negligencia. Solo me atraen las personas y las sociedades que se atreven a pensar y asumir nuevos retos, los de alma nueva e irreverente.
Sociedades que imitan la libertad y falsifican la calidad de la vida, canje de cantidad por cantidad. Marcha silenciosa de gente que abandonado la iniciativa y sigue la música embriagadora del consumo. Todo el mundo llega a existir a través del consumo. Un cierto prestigio del objeto, sobre todo de la marca. Mujeres, todas, con uñas pintadas y iPhones que recorren grácilmente, respondiendo al mandato comercial. Mientras más intensa es la alienación más intensa su desconexión con su entorno, su ambiente, su idioma y su propia vida. Un sujeto sin sujeto.
Criaderos de chanchos/cerdos.
en las laderas de los cerros verdes, de vegetación mediterránea se recortan los innumerables criaderos de chanchos, habitáculos rectangulares, sin luz, con un surtidoress de alimento en tubos de acero pegados a las paredes. Cuando veo esto, me imagino a los cerdos apiñados, comiendo día y noche bajo un potente chorro de luz. Imposible comer después embutidos sin pensar en ese maltrato. Así que resisto a mis ganas de comerlos, aunque a veces ceda y cierre los ojos mientras me llevo uno de esos deliciosos pedazos a la boca.
voy llegando al final de mi estadía, ninguna conversación sobre el tema que no haya sido anécdotica. Me pregunto qué se va a hacer con la marca surgida: feminismo!
continúo más tarde.
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