es la tercera vez que voy a la ciudad de Nueva York, cada vez que he ido ha sido un poco apurada, no he pisado de veras esa ciudad. Ha sido ausencia, como si otra persona lo hubiese hecho en mi lugar. No he estado en realidad ahí. Solo he sido una mirada alejada, sin afecto. Pues esta vez quiero ocupar mi lugar. Quiero Estar... Claro, no basta con desearlo. Y alguien tan afectiva como yo, bloquea las puertas y se queda dentro, en su casa. Debo salir y mirar, aunque me parezca difícil, debo salir. Ganas de diálogo, de detenerse a mirar, de entrar a esa ciudad. Leído, América día a día de Simone de Beauvoir. Quiero describir ese viaje, recorrerlo.
Pienso, es esa necesidad de unidad interior lo que hace que nada penetre, que descarte lo que me parece aleatorio, prescindible. Hay una necesidad de austeridad, y las ciudades como Nueva York o París, son tumultuosas, están llenas de rostros, son, también, de alguna forma, frívolas, cosa que me pone fuera de mí. La frivolidad es la cosa que más maltrata mi sensibilidad social, es como si me pusieran frente a un abismo. No puedo con eso. Por supuesto la frivolidad no tiene nada que ver con la elegancia o el buje gusto, el lujo, tal como yo lo entiendo, es un estado de gracia, una manera de vestir y de andar, no tiene que ver con el dinero ni la economía. Lo vulgar está en la economía, el lujo está en la manera de interpretar y de llevar prendas, objetos... no sé si soy clara, yo sé que quiero decir. Tal vez los Estados unidos (como país) se haya rendido del todo al dinero y eso es para mí el sumum de la vulgaridad, es la dimisión. Aunque nada es homogéneo y se puede esperar que crezcan girasoles en las tierras más hostiles.
Me pongo a terminar maletas...
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