La intención era ponerse a escribir no bien llegada de los Estados unidos, describir espacios, situaciones, hacer escenas. Sucede que la realidad ha sido muy fuerte, que esos días los acontecimientos han sido pesados y han desplazado lo personal a lo colectivo. Mi interior ha estado rodeado de eventos violentos, una estridencia que no lograba que alcance espacios más íntimos, más frugales, aquellas tierras humildes de mi imaginación donde me gusta descansar. Tal vez la crisis de la civilización sea también la crisis de sus objetos de culto, entre ellos, el libro. Y, en medio de tanta imagen, el lenguaje se calla, se asfixia. En medio de una época en que la pobreza crece el libro, y el aburguesamiento de quienes aspiran a escribir, me parece una impostura, un gesto casi esquizofrénico. No sé si en un momento de tanto mercadeo escribir no sea servil, en todo caso, he sentido que mi música no es la música de mucha gente y que me cuesta encontrar acompañantes. No era así cuando Simone de Beauvoir escriba en los años cincuenta o Marguerite Duras en los ochenta, había cosas todavía intactas. La confianza en el lenguaje, el esfuerzo por mantener una independencia, todas esas necesidades primeras han sido devoradas por la megalomanía de este tiempo, por al apetito voraz del capitalismo y sus servidores y servidoras... Voy a arrancar la hierba mala para ver mejor. Fotos, con los adorables alumnos de la universidad pública de Madison-Wisconsin y con Glen Close, profesor de panoramas hispanoamericano, una persona adorable ídem.
Nueva York
espacios abiertos, a veces unos cielos azules, rojos que me golpeaban el rostro como una cachetada. El movimiento es continuo, hay silencio pese a tanta gente, tanta oferta, tanta vitrina, tantas ganas de consumir. Y tanto plástico. Me impresionó la cantidad de envases de plástico que se desechan en una cultura del fast-foood y self-service (recuerdo haber esperado en vano que alguien viniese a tomarme el pedido!), sin la mayor preocupación ecológica. Los caños gotean, las ventanas pueden cerrar mal, la basura se acumula en bolsas de plástico en las calles, me recuerda al D.F, aunque en los mercados de México ya no se den bolsas de plástico, en NY, te obligan a llevarlas! . Entre clase media y clase media baja, hay una cosa en común, lograr sobrevivir en una ciudad tan cara. Frente a esa realidad, las comunidades latinas son las más solidarias, era todo un regalo recorrer en el metro una buena parte de la ciudad y ver subir y bajar a familias dominicanas, portorriqueñas o mexicanas tomadas por las manos, sonrientes, o hablando con distintos acentos, diminutivos, frases de cariño, besos, gestos que me son familiares. En general, su inglés es impecable y se mezcla con el castellano de cada país. Me dio la impresión que la comunidad peruana es la más diseminada, la más desclasada y la que mantiene las mismas divisiones de clase que en el Perú. Hay cosas que son imposibles de pensar si no se está allá, la falta de nexo afectivo que genera este estado de consumo constante, que es casi una sicosis. Si no compras no existes. Eso no me ha dejado la cabeza tranquila pese a que he disfrutado de ciertas caminatas por el Central Park, la West Broadway o incluso el Soho con sus tiendas pedantes y su público snob. De pronto puede emerger un café, en calla Macdougal, por ejemplo, donde a pesar de que el público es de clase media alta hay un poco de mezcla, la mínima para ser tolerante. Es que Nueva York es en el fondo una ciudad muy popular, en su barrio chino, en su barrios latinos del Bronx y del Queens, muy negra también, y asiática, el barrio chino es una delicia, aunque no solo sea el de Manhattan, hay barrio chino en Jackson Hills, feudo latinoamericano, el enclave más hispano en la ciudad junto con Nueva Jersey que me gustó con sus casitas bajas, sus calles arboladas y sus restaurantes con música de olores intensos. Me sedujo esa mezcla, esas tiendas atiborradas de productos de cada país, los quioscos de fruta enquistados en las esquinas y los vendedores ambulantes de tortillas y burritos. Se lo dije a mi amigo Fernando que, con el corazón noble que tiene, adivinó mis ganas de conocer ese lado de la ciudad. Todo una fiesta, las cosas son un poco más baratas, frente al escándalo de los precios de Manhattan o el Queens, la verdad que nunca, salvo en estos restaurantes latinoamericanos, o en los cafés de New Jersey, he consumido algo a precio razonable. Todo tiene un precio excesivo. Fotos: Nueva York vista desde Nueva Jersey, caminante sobre le puente de Brooklyn.
Madison
El viaje a Madison me dio ese espacio que me faltaba en Nueva York, salvo los dos primeros días de hotel, luego no tenía internet y no podía seguir lo que pasaba en Francia, necesitaba leer para comprender, enterarme de lo que se estaba diciendo, no estar en la nebulosa. Nadie me cree que no podía tener internet, pero, la casa donde me alojaba desconocía el código, así que salvo en los Starbucks, donde me podía quedar algún tiempo sentada cómodamente, no tenía conexión. Así que la habitación amplia de Madison con vista al lago fue ideal. Las intervenciones fueron cálidas, arropada por mi amigo peruano Jaru (Jaime para mí) y su manera tan familiar de hablar, alguien que conoce mi trabajo y con quien no me cuesta ser como soy, independiente. Por fin, después del acordonamiento de NY, donde todo me parecía más actuado, más pensado y más snob, liberaba las amarras para ponerme a hablar con los estudiantes. Pienso en mi desconcierto cuando la persona que me había invitado a la NYU me comentó que mi intervención había encañonado a mi compatriota Daniel Alarcón, quien escribe en inglés y maneja varios registros, uno de audiovisual, bastante interesante. Me dijo que había desconcertado al público (sic) cuando yo creí haber logrado expresar ideas claras que podrían interpelar al público presente. Fue raro porque las exposiciones fueron claras y tenaces, pero para que ellas fluyan el público tiene que estar interesado o dejarse llevar, y ese auditorio estaba quizás más acostumbrado a cosas más ligeras, más condescendientes. Yo no puedo renunciar a lo que soy, no me puedo usar en ninguno de los casos. Por ahora me interesa hablar de otras cosas. Madison decía fue un descanso, la comunicación fue fácil con los alumnos y alumnas, con los y las profesores, todos y todas muy interesados en lo que iba diciendo. Su atención logró fijarme sobre mi eje, hablar claro, hacerme preguntas, pensar acompañada. Y eso se agradece, logré sentirme en mis aguas y nadar a brazo abierto, arraigarme en mi desarraigo. Suena contradictorio pero es así. Solo lo que sucedía en Francia me empañaba el espejo. Ya llegada las ideas contradictorias abundan, me siento responsable y debo pensar, entender para poder dedicarme a "lo mío", es algo espontáneo. Yo no escribo para encerrarme sino para abrirme al exterior, pero, para que esto suceda, tiene que haber un mínimo de confianza en el a-venir, y ahora siento que esa desconfianza decae, que no sé si entiendo todo, el amor por la muerte de algunos jóvenes, su sacrificio disfrazado de temeridad... son cosas demasiado pesadas. Veo dos países en Francia, dos velocidades, dos discursos, dos visiones del mundo. Una realidad bipolar que no se logra unir. La única idea clara es rechazar la violencia, es decir, seguir valorando la vida por encima de todo, la pregunta sin respuesta es: ¿qué hace que mucha gente no tenga ganas de vivir, en qué punto nos hemos alienado como para no ver que la vida no tiene el mismo valor, cómo podemos ignorar algo tan duro, tan terrible y qué significa para aquella gente que se entrega a esa disolución del sujeto, en suma, qué es el sujeto en algunos casos, y si de veras existe? Es una larga pregunta. Yo sé que estoy marcada por una cultura más occidental que tiene resabios del pasado, y ese paso era violento, las guerras eran sanguinarias, como lo fueron en México donde los sacrificios humanos también existieron, todo eso, ahora, tanto en el Perú como en México, se ha borrado, de pronto, esta guerra del ISIS nos está diciendo que para ellos recién comienza, que quieren iniciar su historia ahora, que necesitan su espacio en la humanidad. Y empezamos a preguntarnos por todos los términos, como escritora, esto me crea grandes conflictos. Nunca he podido ser una alienada, siempre tengo que integrar o ponerme en el lugar de los demás, es una ley moral, Eso me impide ser tajante en mis juicios, me hace voluble, aunque sea determinada en el hecho de querer comprender. Creo que esta "globalización" hace que la mecha se encienda rápido, el miedo, la duda, la xenofobia, todas las patologías del miedo. Una noticia llega inmediatamente a todos los rincones del mundo y llega con el poder inmediato de la imagen, con su carga simbólica y sin lenguaje, lo que escribamos llegará siempre tarde, aunque estemos continuamente tratando de alcanzar esa tiranía de la imagen. Esa es mi sensación, que no puedo alcanzarlas, que me dejan rezagada. Y sin embargo, tengo que intentarlo, dejar que el texto se inscriba. Fotos: Una transversal de la quinta avenida. Presentación con Daniel Alarcón.
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