es la tercera vez que vengo a NY, y ando por Manhathan, es la tercera vez y no he hablado mucho, siempre me lo prometo, luego no lo hago evitando tocar la sensibilidad de personas que importan. De hecho no es fácil poner en tela de juicio un modelo de vida, un proyecto de vida. Para quine lo vive es el único con sentido, una forma de elección. Casi todos los servicios, cafeterías, bares, restaurantes de fast food, que son los que abundan, quienes sirven son latinos, o afroamericanos, pocas veces son blancos. Su situación me oprime, no me siento en condiciones de "order", que es ordenar, dar un mandato, y empiezo a intentar muchas veces molestando en español, buscando la complicidad. Tontamente pongo en peligro su "integración", sentirse parte de, estar en un proyecto. Casi siempre son mexicanos y mexicanas que bajan el tono de voz para hablarme en nuestro idioma. El exilio es absoluto. Miro la arquitectura, estos palacios de cementos, estas calles saturadas de comida y de tiendas, ese movimiento perpetuo indiferente a todos los dramas humanos que se viven en el planeta, y me pregunto cómo funciona, cómo puede ser que se viva tan en otro mundo. No lo sé, es la regla de la vida. La gente es amable, le gusta sentirse útil, orientar, al americano promedio le gusta hacer de buen samaritano, a los afroamericanos, hacer las cosas de manera clara, dejando entender que no son esclavos, y a los hispanos, como se les llama aquí, fundirse en la masa humana diversa que es esta ciudad de los Estados unidos. No tengo mentalidad higiénica, pero los lugares son oscuros, no se puede leer, y siempre hay música. termino en un café francés de la calle MacDougal (sic) porque hay luz para leer y no hay música. Esa es mi medida de la calidad de un lugar, el silencio, la luz... Esos lujos que nos han obligado a olvidar...
regreso más tarde, me duele el cuello de haber dormido, poco, y torcida....
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