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lundi, décembre 01, 2014

algo está cambiando

ha sido importante ir a Barcelona, es importante alejarse de donde estás para poder ver mejor. Veo de otra manera mi relación con Francia, más apaciguada, sin tanta revancha por haber dejado Venezuela, donde el sueño, la capacidad de proyección de mi deseo, estaba en su punto más álgido. Una se construye un espacio que es aquella arca de la que ha hablado Magris en la reciente feria de Guadalajara, ahí donde puedes proteger cosas importantes, pero también navegar, irse a altamar a recorrer el mundo. Pero, Francia también entrega, y da mucho, solo que como todo en la vida, hay que estar preparada para recibir. En la vida hay que saber recibir para poder estar en condiciones de dar.
Hay instantes en que eso se bloquea, mi sensibilidad al espacio y el Cómo está organizado es importante. Hay arquitecturas "masculinas", y hay mucho de eso en las ciudades de ahora, volcadas al consumo y a la oferta, que clasifica inmediatamente en géneros y clases sociales (las mujeres son las víctimas más fáciles, solas, desorientadas y sometidas). Es detestable. Me veo conversando en el café de la Rambla de Barcelona con el crítico peruano Julio Ortega, hablando del Perú, tan lejano, tan hermético. Veo la casa de Miquel, su calidez, la cena con Manuel y su familia, veo a mi amigo Rubén, que me hace pensar en un personaje de Dostoievski, veo tantas cosas. veo también esa noche de mi intervención en el Laboratorio, en Gracia. Escucho las voces de Jordi y Leonardo, la joven japonesa de una delicadeza poética, sus preguntas, su mirada. Una imagen me impactó: la de un hombre muy mayor vendiendo castañas asadas y camotes, tenía colgadas una sartén y un abanico de paja en su tienda de una tela oscura, medio roída. Me hizo pensar en esos espacios populares de mi continente, nada pretenciosos, tan entregados al contacto, solo que este hombre tenía la marca de la exclusión y de la humillación del mundo occidental y capitalista. Al mismo tiempo pensé, si no hubiésemos estigmatizado una sola forma de vida, la artificial y aseptisada de Occidente, si no viésemos como exclusión trabajar con las manos, la ausencia de lujo, volveríamos a formas de vida más simples. Yo sí encuentro una felicidad enorme en la austeridad, en esos objetos sin sofisticación. Justamente el gran engaño de ahora es que te hacen pasar por sofisticado cualquier cosa. En Barcelonas abundan las tiendas de quimeras, de objetos que son baratos pero imitan a grandes marcas, jugando con el deseo de las personas, perdiéndolo. Miento, no solo en Barcelona, en París, en Lima, en México, d.F. La belleza no es el lujo, es otra cosa muy distinta, es más un estado que una condición material. De eso estoy segura. Si las marcas de lujo practicasen el trueque todo sería distinto, pero también hay una jerarquía en esa noción de lujo, una quiere ser superior a la otra, y, a veces, la vida necesita estar desnuda, despojada para poder existir.
En Francia siento que los espacios se ordenan de acuerdo a prioridades espirituales que ahora la población ignora ahogada en la propaganda de la sociedad consumista: las mediatecas, las librerías, los cafés. Cualquier lugar de Francia tiene una mediateca, una biblioteca, donde los jóvenes, los ancianos, las mujeres, y las que escribimos, podemos encontrar un refugio...
Luego he vuelto a mis lecturas con una gran alegría, con ganas de estar aquí, entera, trabajando para dar, para entregar, con ganas de ir a París y, pronto, a mis lugares queridos. Si el mundo fuese más pequeño, solo si fuese un poquito más pequeño... pero, igual, lo importante es lo que tenemos en el corazón y en la cabeza, los dos conectados...

Siento que algo está cambiando también en Europa, que es como esa historia del Maestro ignorante que confía en sus estudiantes porque no se siente superior. Toda persona a la que se le da la mano, piensa, y piensa bien.

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