Discurso de Patrick Modiano
Quisiera empezar diciendo que simplemente estoy feliz de estar
con ustedes, conmovido por el honor que me han hecho al designarme el premio
Nobel de literatura.
Es la primera vez que debo pronunciar un discurso ante una asamblea
tan numerosa y siento una cierta aprensión. Siempre estamos tentados de creer
que para los escritores, es natural y fácil librarse a este ejercicio. Pero un
escritor, al menos un novelista, tiene muchas veces relaciones conflictivas con
el lenguaje oral. Y si recordamos la diferencia escolar entre lo escrito y lo
hablado, un novelista está más dotado para escribir que para hablar. Tiene la
costumbre de callarse y si desea impregnarse de una atmósfera, debe fundirse en
la muchedumbre. Escucha las conversaciones sin que parezca que lo hace, y si
interviene, es siempre para hacer preguntas discretas con el fin de comprender
mejor a los hombres y mujeres que lo rodean. Tiene una forma de hablar
dubitativa, debido a la costumbre de corregir sus escritos. Por supuesto,
después de muchas correcciones, su estilo puede parecer más límpido. Sin embargo cuando habla en público, no puede
corregir sus titubeos.
Además, pertenezco a una generación en la cual no se dejaba
hablar a los niños, salvo raras ocasiones y si se pedía permiso, aunque nunca
se les escuchaba y la mayoría de las veces se les interrumpía. He ahí la razón
de la dificultad en la alocución de algunos de nosotros, a veces indecisa,
otras, rápida, como si temiésemos ser interrumpidos en cualquier momento. Sin duda de ahí el deseo de escribir que
también sintieron otros a la salida de la infancia. Esperas que los adultos te
lean. Así estarán obligados de escucharte sin interrupción y conocer de una vez
por todas lo que tienes en el corazón.
El anuncio de este premio me ha parecido irreal y estaba
ansioso por saber por qué me habían elegido. Creo que nunca antes he sentido
como en ese día hasta qué punto un novelista es un ciego frente a sus propios
libros y cómo los lectores saben tanto sobre lo que ha escrito. Un novelista
jamás puede ser su lector, salvo cuando corrige su manuscrito, las faltas de
sintaxis, repeticiones o suprimir un párrafo que está demás. Solo tiene una
representación confusa y parcial de sus libros, como un pintor ocupado en hacer
un fresco en el techo y que, echado sobre el suelo o el andamio, trabaja en los
detalles, demasiado cerca, sin visión del conjunto.
Curiosa actividad solitaria aquella de escribir. Pasar por
momentos de falta de motivación cuando empiezas un libro. Cada día se tiene la
impresión de tomar un camino equivocado. Entonces la tentación de retroceder es
grande para empezar de nuevo. No hay que ceder, hay que seguir la misma ruta.
Es un poco como manejar de noche, en invierno y resbalar sobre el hielo, sin ninguna
visibilidad. No tienes elección, no puedes retroceder, tienes que seguir
avanzando mientras te dices que la ruta será más estable y que la bruma se
despejará.
A punto de terminar un libro, sientes que este empieza a
separarse de ti y que respira el aire de la libertad, como los niños, en la
clase, antes de las vacaciones. Están distraídos y hacen mucho ruido y ya ni
oyen a sus profesores. Incluso diría que cuando escribes los últimos párrafos,
el libro te demuestra una cierta hostilidad y tiene prisa en deshacerse de ti.
Te abandona apenas has escrito la última palabra. Se acabó, ya no te necesita,
ya te olvidó. Serán los lectores quienes lo revelarán a sí mismo. En ese
instante se siente un gran vacío y la sensación de haber sido abandonado.
También una especie de insatisfacción…
Continuará…
Traducción de Patricia de Souza
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire