A Marcel
Schwob (1867-1905) siempre lo leí por fragmentos, lecturas accidentales, nunca
terminadas, o a través de algunos textos críticos de Jorge Luis Borges (el
prefacio a La cruzada de los niños),
de autores como Enrique Vila-Matas o Roberto Bolaño, pero esta inmersión en a
obra de Schwob, gracias a la traducción de Christian Crusat y Rocío Rosa en
Páginas de espuma, me ha permitido conocer mejor a un autor francés que de
hecho es un referente importante para comprender mejor la genealogía de un tipo
de literatura que podría ser interpretada como simbolista, surrealista (también
podría emparentarse con Lautréamont y sus Cantos), fantástica, y realista en
sus Vidas imaginarias, biografías noveladas que tendrían una llave de acceso a
través de Vidas paralelas, de Plutarco y Jenofonte, autores de la época clásica. Schwob nos llega
impregnado de un perfume fresco, y por eso es un referente importante, su
enorme cultura clásica, francesa y anglosajona, su “cosmopolitismo” en una
época en que la mayoría de autores vivían limitados por las fronteras, nos
hacen ver en él un personaje de nuestro
tiempo. Su influencia está todavía muy cerca en algunos autores en francés,
Pierre Michon y su minúsculas biografías, en Jean Echenoz cuando escribe sobre
Ravel y el corredor Zatópek, Pascal Quignard, por supuesto, o el libro de Vila
Matas sobre los escritores del No.
En este libro, El deseo de lo único, se reúnen algunos
textos de Especiélago (publicado
anteriormente por Siruela), los estudios sobre el poeta Francois Villon, Louis
Stevenson, y Thomas de Quincey, el arte de la biografía, El terror y la
piedad, La perversidad, Meredith,
vidas ejemplares como las de Julián el hospitalario, Plangón y Báquide, y otros
textos heteróclitos e importantes
como La risa, El arte, o El amor. La pléyade es larga en un autor lleno de
referentes clásicos como populares (su estudio sobre las coincidencias entre el
Hamlet de Shakespeare y algunos cuentos populares en gascoña o la vigencia de este
arte popular del cuento en Cataluña, son algunas perlas). Un oído fino para el
lenguaje de la calle de Villon y una pasión por otros idiomas; Schwob tradujo a
Shakespeare y Daniel De foe. La elección de los textos supongo que responde a
la idea de mostrar un mosaico sobre de la obra de Schwob, aunque incluya pocas
ficciones como El rey de la máscara de
oro, Corazón doble o el Libro de Monnelle (libro en línea en
francés), compuesto de retratos espirituales y sensuales de mujeres en la
marginalidad, extraño texto entre clasicismo y surrealismo. En realidad toda la
obra de Schwob oscila entre
extremos, entre un lenguaje erudito y poético (muchos creen que su influencia
fue radical en André Gide y sus Alimentos
terrestres) y la reproducción
de un lenguaje pastiche del argot medioeval, una soltura plástica en su
simbolismo, y una racionalidad contenida, claro, y turbio, emblemático y
esotérico (a lo mejor, de ahí su relación con Borges y Alfonso Reyes), sensible
y a veces muy frío. Una amiga me decía que le costaba leer a Schwob sin un
diccionario refiriéndose a la erudición de sus textos, pues hay que olvidar el referente, porque Schwob
ha girado sobre su propia órbita con ese brillo lejano y extraño que poseen sus
textos. Su fascinación por el argot
francés de las bandas (coquillards),
sigue siendo una referencia, como su pasión por Villon (cuya vida fue
alucinante: entre bandido y poeta perseguido) y por los autores ingleses, sobre
todo, Stevenson y sus viajes, una
constante también en su vida, que se mantuvo hasta su muerte en Samoa, aquejado
de una enfermedad desconocida y con solo treinta y ocho años. La generación de
Schwob estuvo marcada por figuras relampagueantes, Colette (gran amiga de la
artista Marguerite Moreno, con quien se casó), Jules Renard, Valery, Paul
Claudel, entre otros nombres que iluminan nuestro cielo.
El deseo de lo único, Colección voces de ensayo, Páginas de
espuma 2012.
312 pag.
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