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vendredi, mai 26, 2006

Las antígonas



Cuando viajo todo se renueva y se pone en movimiento, lo que hace que a veces no pueda fijar nada por escrito. Me inscribo en el movimiento del mundo, dejándome llevar por él. Hace 10 días llegué a Barcelona y he estado observando la ciudad, bajo un sol luminoso, la vida de los barceloneses. Ayer por la noche estaba por el barrio El raval (ex barrio chino), y contemplaba a las gente por las calles, esa manera que tienen de sentirse vivos a través de una especie de vibración interna, algo que parece decirnos: estoy aquí, mírame, de ahí las voces altas, de ahí las ganas de alboroto. Hay una cultura de la calle en España como la hay de la casa en Francia, donde generalmente te invitan a comer para conversar y pasar largas horas tomando vino. En Lima estas reuniones suelen ser más veloces. Creo que una de las cosas que más me han obsesionado es la necesidad de conversar y compartir a la hora de las comidas porque cumplen una función básica en la vida de todos, la supervivencia. Es una necesidad estética y de armonía, para mí un rasgo de refinamiento es comer y conversar, disfrutar de la compañía de otra persona, compartiendo una cierta alteridad, una complicidad que trasciende edad, sexo, color, etc... Ayer pensaba en una frase leída en las Peregrinaciones de una Paria, de Flora Tristán, el nivel de desarrollo de una sociedad se mide en las condiciones de vida de las mujeres y los niños, haciendo referencia a su condición de precariedad y sometimiento. Curioso, ayer sostenía una conversación con dos personas de sexo masculino que sostenían que una mujer era valorada sobre todo por su cuerpo. La discusión no llegó a ningún lado cuando traté de explicar que para mí toda persona, hombre o mujer, sea del origen que sea, es un proyecto que trasciende lo biológico, que los cánones estéticos en todo caso no me parecían universales, que la belleza nunca es objetiva sino lo contrario, que las mujeres no podían estar encerradas en un cuerpo, en suma, argumentos que no convencieron a mis interlocutores y que inspiró la burla de uno de ellos. ¿Qué sucedía? ¿Por qué estaba discutiendo sobre un tema así, ahora, en pleno siglo XXI? Pensé en Antígona y en lo alienados que estamos con nuestras propias creencias, sin ponerlas en duda, pensé que, a raíz del viaje, y de la confrontación con los otros, estamos más obligados a pensar con más flexibilidad (al final, el encierro, la endogamia, es el embrutecimiento), pero que sin embargo esto también puede hacer que una persona se cierre y se reafirme en sus creencias fomentando más fobias y más miedos. Creo que dije que estábamos más expuestos que en el siglo XIX y que por eso mismo, nuestra actitud podía ser más valiente, más arriesgada, construir sus propios valores, confiando en que estaremos a la altura. Tal vez, tal vez, me decía yo, la riqueza de una sociedad resida en su capacidad de acoger otras culturas, otras visiones del mundo, sin creer en las jerarquías. Mientras más se pone en duda las propias creencias, más sofisticada se vuelve la elaboración en el pensar. Si no pensamos actuamos, y la acción entorpece, termina por embriagar. Esa es la diferencia para mí entre una sociedad creativa e interesante y otra anquilosada y aburrida. No hay muchas personas que se atrevan a pensar con independencia, pero esas personas sí existen, aquí, en la China o en cualquier otro rincón del planeta. El lenguaje sí puede comunicar y cambiar una forma de ver y de sentir, es posible el diálogo cuando los contenidos (como una computadora que tiene varios programas) se han diversificado y enriquecido, cuando estamos atentos el movimiento del mundo y sabemos captar su humanidad. Al final nunca hay callejones sin salida proque cada uno de nosotros posee la llave y puede atravesar esa puerta. Luego regresaba en el autobús tratando de obervar la noche casi terminada, las caras cansadas de los que se subían o bajaban para dirigirse a sus casas y dormir... No había nada que entender, simplemente observar...

foto: Jean Colom fotografía a gente del barrio Raval.

samedi, mai 20, 2006

Ahora que un amigo me hace la pregunta de cómo hago para viajar tanto, me hago la pregunta a mí misma. ¿Cómo hago para ir de un lugar al otro? Y la verdad que yo misma no lo sé. Creo que le tengo cierto temor a ser sedentaria. Para mí el movimiento físico es también el movimiento mental, como decía Annie Erneaux, en mi necesidad de autoficción. Hay un libro estupendo sobre el nomadismo de Michel Maffesoli. Creo que explica muy bien lo que significa estar en constante movimiento, la combustión que produce el movimientoy su estímulo para la creación. Regresando al tema de partida, me las arreglo en residencias de escritores, artículos, traducciones y malabares para no tener los gastos que se suelen tener en condición de sedentaria. De todas formas, sé que hay que tener ese nido, pero ese nido, que yo lleno de papeles y de libros para darme calor, no sé todavía dónde está y si quiero que sea en un solo lugar. Creo que la condición de huésped me va muy bien, debe ser una suerte de voyeurismo, quiero decir, de andar husmeando en la vida de los otros. Para terminar, diré que en mi trayecto de Niza a Barcelona, ¡casi un viaje intercontinental!, hubiera podido hacer como George Sand y escribir las Cartas de una Viajante, con elt iempo que he pasado dentro de él. He podido ver el paisaje de la Costa Azul, la Costa Brava, y luego, Barcelona, pero sobre esta ciudad, lo reservo para el próximo blog.

mercredi, mai 17, 2006


Hoy intervine en un colegio en el valle de La roya, en un pueblo que se llama Saint Dalma de Tende, muy cerca de Italia. Fui a hablar de la cultura y la civilización hispanoamericana a estudiantes entre los 13-16 años. Primero, estuve aterrada ante la sola idea de enfrentarme a ese tipo de efebo, a punto de abrirse al mundo, un poco con la sensación que yo también había sido así y que al final de cuentas no podía aconsejarles nada, ni explicarles mayor cosa sino era el hecho de que cada vez me sorprendo más ante todo lo que sucede, convencida de ue con el tiempo nos parecemos más a los niños: estamos perdidos en un parque de diversiones y nos reímos, pero en esa risa hay algo de trágico. Pero, por supuesto, no podía decirles eso porque en el fondo creo que lo único, lo único que nos da un verdadero valor en nuestras vidas es una mirada de afecto. Entonces me di cuenta de que algunos de entre ellos, sobre todo los hijos de emigrantes, de familias erosionadas eran los que trataban de llamar más la atención buscando el castigo que yo no les daría, como sabiendo que tenían que actuar el rol de los enmerdeurs, los niños terribles. Esa incursión me recordó la violencia de la infancia y, de paso, me hizo pensar en un libro que estuve leyendo: la neurosis de clase. Las neurosis de los excluidos. Y yo añadiría las neurosis de los emigrados que tienen que construirse en condiciones no siempre fáciles. Estos niños, rodeados de un paisaje exuberante, sin mayores necesidades (cualquier niño del Perú mataría por tener las mismas instalaciones) me confesaban su aburrimiento y su falta de interés por el estudio. Yo traté de explicarles que yo también había padecido la misma cosa, el mismo tedio en la escuela y las ganas de transgreder las reglas. Pero no me dejaron hablar. Su malestar era rotundo y me ignoaraba, no había manera de llegar hasta ellos. El bienestar material no parece ser la clave de la felicida, lo que los haría feliz (casi todos estaban de acuerdo) sería el movimiento. Porque tal vez somos seres de cambio y de combustión, y la fijedad, es la noia, la muerte. Estos niños necesitabam soñar con otros mundos y pensar que su vida no se terminaba en esas montañas del piamonte francés.

dimanche, mai 14, 2006


Es interesante ver cómo se hacen esfuerzos por colocar el cuerpo individual en el terreno de lo social, es decir, bajo las leyes que rigen las relaciones entre hombres y mujeres. Una mujer es un cuerpo y ante todo un cuerpo, ese es el estigma y difícil borrarlo, pero leía algo todavía más interesante en un libro de Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano: no hay derecho civil que se inscriba fuera de un cuerpo. Es decir, la idea del individuo separado del grupo se ha instaurado con la necesidad, para la justicia penal , del cuerpo que debe ser marcado por el castigo, y por el derecho matrimonial, cuerpo que debe ser marcado por un precio en la transacciones colectivas (la plusvalía de los cuerpos hermosos). En suma,un cuerpo se articula en un cuerpo jurídico que marca los límites. El límite del castigo, es la pena de muerte. Es un tema que me obsesionó en El último cuerpo de Úrsula: hasta qué punto sabemos que poseemos un cuerpo y cuál es el derecho que tenemos sobre él. Como el cuerpo hace la ley, el logos de la sociedad son las escrituras, y ecribir es estar constamente analizando esos textos, esos modos de pensar que operan fácilmente, sin que los interlocutores se den cuenta, puesto que son lugares comunes acepctado socialmente, son la forma más común de confiar en nuestro lenguaje. Justamente esas expresiones, que son como lapsus lingue inocuos, me parecen inquietantes. La imagen es como esa nave de los locos de Michel Foucault (Histoiria de la locura en la época clásica) en la que todos estaríamos embracados sin darnos cuenta de que estamos alienados y a la deriva. Toda opinión que representa un lugar común, un exceso de ese lugar común ignorando al que habla, me parece el ejemplo más claro de la incomunicación, y es, hasta cierto punto, temible. Y aquí vuelve la pregunta: un escritor debe construir una moral , una ascésis que lo obligue a un pacto de solidaridad con los otros y con el mundo en el que vieve, o simplemente debe contentarse de ser un radar sensible, dotado de un aparato verbal y linguístico privilegiado, debe contentarse con simplemente vivir? No lo sé. Cada vez que regreso a Lima me digo que hay cosas que hay que decirlas sin más, por simplemente una cuestión de sensibilidad. Los casos de escritores y escritoras autistas, abundan, eso no impide que ahora yo me plantee el problema de otra dinámica individual, no. A lo mejor si escribir solo fuera una forma de sentirse reconocida, sin aspirar a algo que trascienda el encierro en un determinado cuerpo, creo que sería menos interesante. Escribir es tratar de huir de esa soledad, es extender brazos para abrazar, no para empujar. O algo así.

vendredi, mai 12, 2006


Ayer estuve en San Remo, en la riviera italiana. Lo único que sabía de este lugar me viene de la infancia: ahí se hacía el Festival de San Remo, famoso por lanzar a cantantes un poco melodramáticos. No me gustó tanto San Remo, prefiero Ventimiglia, me parece menos artificial y más bonito. Caminé por el centro, me perdí por algunas calles estrechas regadas de cafés y de turistas... Compré una sortija color jade, porque quería algo de ese color. De regreso la monasterio, cenamos en la terraza, que es un lujo, debo decirlo, por la vista que tiene. Había una luna blanca, soberbia. Esta noche Louise, una escritora de origen bretón, prepara un plato macrobiótico. Me sorprende la formalidad con la que se desarrollan las cosas en Francia ( la manera como me lo dice en el corredor: mais tu n est pas obligée de manger!!), hay algo de grave, demasiado serio para un espíritu más inconoclasta. Entonces, me siento como una salvaje cuando sigo un poco mi línea vital, la línea de mi deseo. Felizmente este es un lugar completamente secularizado y ya casi no existen curas en Francia (ufff!) porque no hubiese soportado un verdadero monasterio, por más sabiduría que haya en él, ¡por más que haya libros! Y por más que este sea un lugar hermoso. Al final, siento que contemplo un cuadro, que no penetro en él... Leí en diario de Catherine Mansfield que ella había estado un largo periodo en San Remo para tratar de curarse de su tuberculosis. Luego partió a París y se murió poco tiempo después. También estaba revisando de nuevo (y para mi maldita tesis) las Cartas a un viajante, de George Sand. Las tres primeras están dirigidas a Alfred de Musset, quien fue su amante (lo dejó por Liszt) y son interesantes. Pero lo mejor, el plato fuerte, son las pocas páginas de su diario íntimo, el estilo soberbio, el tono, apasionado, vivo. George Sand y Flora Tristán tuvieron el mismo editor, Buloz. El ha sido testigo de dos vidas apasionadas, raras para las mujeres de su tiempo. Me decía si en lugar de Saint Beuve (que hizo retratos mediocres de varias escritoras) Buloz hubiese publicado sus memorias... Mnnnn
Bueno, bajo a ver el atardecer en el Piamonte francés...

foto: Les enfants du siècle, película inspirada en la vida de Sand y de Musset.

lundi, mai 08, 2006

Leonardo Rosa

Leyendo el diario de Catherine Masfield, leo una frase que tiene mucho que ver con lo que puse antes: El arte no es otra cosa que el desarrollo de la personalidad. No olvidar que en el fondo de toda alma, un genio está dormido: que lo único desgarrador, conmovedor, es la personalidad, la raíz de todo ser.

Agradezco la corrección de mi lector, es verdad que "descorticar" no existe en castellano sino en francés y ya hice la rectifición para que quede claro... Siento complicarle la vida, es que escribir sobre escribir, no es fácil, si lo fuese, no lo haría, y no se gastaría tanta tinta en ello. Lo de vida activa y vida privada, es Hannah Arendt quien más lo ha usado para hablar de la vida social, trabajo, relación con la comunidad, y vida privada, familia, espacio personal...

Yo quería hablar de Leonardo Rosa, un poeta italiano que vino al Monasterio de Saorge a hacer una lectura de poesía y una exposición de pequeñas... digamos, instalaciones. La lectura fue bilingue, italiano-francés, y más allá de sus poemas y de la delicada belleza de los objetos que presentó (una secuencia de dibujos hechos con ceniza, parecidos a unas huellas de animal, esas que quedan marcadas en la tierra), lo que me impresionó fue sus ganas de estar presente ante los otros. Creo que la vejez es como una máscara que los demás ponen en los que envejecen, sin tener en cuenta lo terrible que puede ser para el que la lleva (si no me equivoco, en la China, los ancianos son muy respetados). Y entonces es como si los convirtiesen en fantasmas, en personas invisibles. La poesía de Leonardo plantea un problema con las palabras y con su límite, es esa huella que desea dejar a través de cenizas, pero también de una huella que se va haciendo cada vez más invisible (él mismo?). En su libro, Aparición del silencio, en italiano y traducida por Bernard Noel al francés, está dicho a lo largo de todo el texto, es decir que las palabras a veces, ya no significan: parole vuotto/ nel vuott/sottovuoto/parole enfantiche/parole evocanti/ lussureggianti/ rassicuranti
Yo creo que se entiende un poco... Ayer, al mediodía conversaba con él y su esposa, Serena de esa falta de comunicación con los otros (los más jóvenes) de ese encierro al que los someten, todo esto, en un pequeño bar del Saorge. Yo pensaba: la vida palpita, nunca se detiene. Son los otros los que la fijan, sin darse cuenta... pero esa también es su humanidad.

dimanche, mai 07, 2006

Crítica


Cuando la crítica literaria entra en discusiones para establecer los valores de un libro, los ánimos se encienden porque en principio la autoridad la define el cánon oficial, y segundo, el gusto del público, el saber general. Las dos pugnan, una es oficial y está ligada a mecanismos de poder, y la otra es exogámica, mucha veces marginal o contestaria. Yo no subestimaría la capacidad de un lector para saber si un libro es bueno o no, en el fondo cualquier valor estético es una cuestión de gusto y esto esto sucede siempre en el plano subjetivo en el que está latente un saber, una cultura. Pensar que una persona cualquiera no puede entender un libro o apreciar el arte abstracto o conceptual es una visión post-colonial del mundo: la elite y la plebe, el salvaje y el ilustrado. La filología ha tratado de estudiar los textos y analizarlos en su contenido y su forma, pero no ha hecho grandes aportes, los únicos hallazgos valiosos a mi modo de ver, vienen de la literatura comparada, Harold Bloom, George Steiner, o una parte de la filosofía del lenguaje, Sartre, Merleau Ponty, y recientemente, Paul Ricoeur (una visión más mestiza que mezcla , filosofia, psicoanálisis y linguística). Leía un comentario interesante sobre los ghetos en la literatura francesa. Resulta sorprendente que aún ahora se clasifiquen a los autores por su origen, los continentales, aquellos de apellido origen francés, y los periféricos, los de origen extranjero. Resulta todavía más patético que algunos críticos hagan clasificaciones por el origen racial (odio esta palabra) literatura asiática, negra, etc... La crítica debería orientar, pero a veces solo confunde. Para algunos editores está claro que la edición es un problema de marketing y no de calidad de los textos, se ignora completamente los problemas que un escritor se pueda plantear a nivel de estructura, fondo o forma, lo que que importa es que sea vendible. Tampoco entiendo cómo se puede hacer un análisis de un texto sin tener en cuenta un análisis del lenguaje (lógico y estructural), como si la crítica se resumiera solamente a una analogía con la realidad o a una aplicación de un formato de novela (de ahí que me haga gracia esos cursos de escritura creativa, ¿qué les van a dar al final, un diploma que diga: escritor?), novela histórica, policial, de tesis... Yo veo más al escritor como un paria, una persona que no siempre resuelve los problemas que se ha planteado y que de alguna manera queda desnudo y vulnerable en el texto. El o la que escribe es un conjunto de cosas, es un recorrido, una línea vital, un fenómeno. La vida activa, la vida social entra en el mundo íntimo del escritor para salir convertido en texto. Madame de Stael, una de las pocas mujeres que ejerció la crítica en el siglo XIX, llamó a las escritoras parias de la literatura en su De la literatura (otra cosa que da risa es que en nuestra época la crítica siga empeñada en defender la existencia de una “literatura femenina”) y luego, Flora Tristán lo usó para darle un sentido de exclusión y vulnerabilidad social, usando el nombre en femenino, por último, el Conde de Lautréamont (Cantos de Maldoror) para definirse como un marginal de la sociedad porque tal vez todo escritor sea siempre un marginal, absorbido por el sistema, es alguien que pierde uno de sus valores más importantes, su libertad y su insumisión. Por eso, los premios, son dudosos y pueden dar más aprensión que otra cosa.

Imagen: Madame de Stael

vendredi, mai 05, 2006

Levinas


Este es un artículo que he escrito para el diario español La razón, y creo que tiene relación con mi texto, de hecho, la tiene.




En el centenario del nacimiento de Emmanuel Levinas

Comprender la filosofía de Emmanuel Levinas significa encontrar un nuevo significado a lo fundamental, a la búsqueda de la Unidad clásica, él opone la pluralidad de la alteridad, pero sobre todo su aspecto ético. En Levinas el pensar lleva al actuar y por eso su pensamiento es una forma de nuevo humanismo. Este año, en Francia, se celebra el centenario del nacimiento de este pensador nacido en Lituania, quien ha influenciado la fenomenología de Merleau-Ponty, a Jankélevich, y al pensamiento comprometido de Paul Ricoeur. La filosofía de Levinas se sitúa en el cruce de la filosofía fenomenológica y existencial. Fenomenológica porque pone al ser humano como el otro que irrumpe en nuestra subjetividad, y existencial, porque su pensamiento se desarrolla durante hechos dolorosos que marcaron para siempre su experiencia: la Segunda Guerra Mundial en la que Levinas pierde a casi toda su familia, salvo a su esposa y a su hija, refugiadas en Orleáns, en Francia.
El exilio francés de Levinas, marcará su vida. No solo se nacionaliza y escribe en este idioma, sino que su filosofía de la alteridad se nutre de la experiencia del desarraigo, que es cuando encuentra su verdadero humanismo. Es en la distancia, en la pérdida de códigos comunes, culturales, sobre todo linguísticos, que rozamos la experiencia en su totalidad, la experiencia de la confrontación con el Otro.
La cuestión ética está en el centro de la reflexión de Levinas como una filosofía de la acción y el compromiso. Todo empieza con esa aparición del Otro, de su rostro ante nuestra mirada. Ese rostro no es una máscara, es uno humano, es la prohibición del crimen, escribe Levinas en Totalidad e infinito, es el límite de nuestra subjetividad porque la altera y la hace responsable de esa aparición. Ese rostro nos interpela, nos compromete, nos invoca y nos conduce a una acción concreta. Más que una idea de la libertad como una lucha por la autonomía (en el sentido más sartriano, esta elección sería dramática), Levinas nos conduce a pensarla como una forma de responsabilidad. Nuestra libertad se ve comprometida con la existencia de otra persona y se hace más completa. No es la reducción del otro que se nos aparece con un rostro definido a lo “mismo” (a lo que se nos parece), a lo que nosotros mismos somos, sino a su posibilidad infinita de ser, de ahí que su filosofía sea una forma de pensamiento múltiple y abierto. La humanidad consiste en tratar de comprender, en ese esfuerzo de trascendencia de nuestros límites.
Si la religión ha estado muy presente en la formación de Levinas (análisis sobre la cuestión judía, sobre todo, el Talmud ) solo ha sido como una forma de trascendencia. Igual que Simona Weil, la religión es también otro esfuerzo por comprender la complejidad de la experiencia humana. No busco la sabiduría sino la santidad, decía Levinas, a manera de broma a su amigo Maurice Blanchot, para revelar esa parte mística de la vocación por el otro.
Una serie de eventos han empezado desde el 22 de enero en la Biblioteca Nacional de París bajo el título Por un humanismo en el futuro, título sugerente. Proyecciones, coloquios, debates, nuevas ediciones (la biografía de Marie Anne Lescourret y sus Obras Completas son dos de las más importantes) están previstas a lo largo del año. Dos libros imperativos: Totalidad e infinito, ensayo sobre la exterioridad y Más allá del versículo.