Pages

dimanche, mai 14, 2006


Es interesante ver cómo se hacen esfuerzos por colocar el cuerpo individual en el terreno de lo social, es decir, bajo las leyes que rigen las relaciones entre hombres y mujeres. Una mujer es un cuerpo y ante todo un cuerpo, ese es el estigma y difícil borrarlo, pero leía algo todavía más interesante en un libro de Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano: no hay derecho civil que se inscriba fuera de un cuerpo. Es decir, la idea del individuo separado del grupo se ha instaurado con la necesidad, para la justicia penal , del cuerpo que debe ser marcado por el castigo, y por el derecho matrimonial, cuerpo que debe ser marcado por un precio en la transacciones colectivas (la plusvalía de los cuerpos hermosos). En suma,un cuerpo se articula en un cuerpo jurídico que marca los límites. El límite del castigo, es la pena de muerte. Es un tema que me obsesionó en El último cuerpo de Úrsula: hasta qué punto sabemos que poseemos un cuerpo y cuál es el derecho que tenemos sobre él. Como el cuerpo hace la ley, el logos de la sociedad son las escrituras, y ecribir es estar constamente analizando esos textos, esos modos de pensar que operan fácilmente, sin que los interlocutores se den cuenta, puesto que son lugares comunes acepctado socialmente, son la forma más común de confiar en nuestro lenguaje. Justamente esas expresiones, que son como lapsus lingue inocuos, me parecen inquietantes. La imagen es como esa nave de los locos de Michel Foucault (Histoiria de la locura en la época clásica) en la que todos estaríamos embracados sin darnos cuenta de que estamos alienados y a la deriva. Toda opinión que representa un lugar común, un exceso de ese lugar común ignorando al que habla, me parece el ejemplo más claro de la incomunicación, y es, hasta cierto punto, temible. Y aquí vuelve la pregunta: un escritor debe construir una moral , una ascésis que lo obligue a un pacto de solidaridad con los otros y con el mundo en el que vieve, o simplemente debe contentarse de ser un radar sensible, dotado de un aparato verbal y linguístico privilegiado, debe contentarse con simplemente vivir? No lo sé. Cada vez que regreso a Lima me digo que hay cosas que hay que decirlas sin más, por simplemente una cuestión de sensibilidad. Los casos de escritores y escritoras autistas, abundan, eso no impide que ahora yo me plantee el problema de otra dinámica individual, no. A lo mejor si escribir solo fuera una forma de sentirse reconocida, sin aspirar a algo que trascienda el encierro en un determinado cuerpo, creo que sería menos interesante. Escribir es tratar de huir de esa soledad, es extender brazos para abrazar, no para empujar. O algo así.

1 commentaire:

Miguel Sanfeliu a dit…

Quizá depende de la actitud de uno ante la escritura.
Si uno escribe porque piensa que su opinión es privilegiada y que es capaz de desentrañar los misterios del mundo, entonces se verá en la obligación de denunciar las injusticias.
Si uno escribe para intentar explicarse la realidad que le circunda, para buscarse a sí mismo, ¿cómo va a aconsejar a los demás?
Otra cuestión pienso que sería la relación del compromiso social con la posición privilegiada que a uno le proporcione la cierta fama que pueda tener. En este caso, puede decirse que si uno está delante de un micrófono, lo que debe hacer es hablar alto y claro. Pero siempre que se sepa lo que se dice, pues tampoco el hablar por hablar nos lleva a ninguna parte.
Y yo creo que ya me he perdido.
Un saludo.