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mercredi, mai 17, 2006


Hoy intervine en un colegio en el valle de La roya, en un pueblo que se llama Saint Dalma de Tende, muy cerca de Italia. Fui a hablar de la cultura y la civilización hispanoamericana a estudiantes entre los 13-16 años. Primero, estuve aterrada ante la sola idea de enfrentarme a ese tipo de efebo, a punto de abrirse al mundo, un poco con la sensación que yo también había sido así y que al final de cuentas no podía aconsejarles nada, ni explicarles mayor cosa sino era el hecho de que cada vez me sorprendo más ante todo lo que sucede, convencida de ue con el tiempo nos parecemos más a los niños: estamos perdidos en un parque de diversiones y nos reímos, pero en esa risa hay algo de trágico. Pero, por supuesto, no podía decirles eso porque en el fondo creo que lo único, lo único que nos da un verdadero valor en nuestras vidas es una mirada de afecto. Entonces me di cuenta de que algunos de entre ellos, sobre todo los hijos de emigrantes, de familias erosionadas eran los que trataban de llamar más la atención buscando el castigo que yo no les daría, como sabiendo que tenían que actuar el rol de los enmerdeurs, los niños terribles. Esa incursión me recordó la violencia de la infancia y, de paso, me hizo pensar en un libro que estuve leyendo: la neurosis de clase. Las neurosis de los excluidos. Y yo añadiría las neurosis de los emigrados que tienen que construirse en condiciones no siempre fáciles. Estos niños, rodeados de un paisaje exuberante, sin mayores necesidades (cualquier niño del Perú mataría por tener las mismas instalaciones) me confesaban su aburrimiento y su falta de interés por el estudio. Yo traté de explicarles que yo también había padecido la misma cosa, el mismo tedio en la escuela y las ganas de transgreder las reglas. Pero no me dejaron hablar. Su malestar era rotundo y me ignoaraba, no había manera de llegar hasta ellos. El bienestar material no parece ser la clave de la felicida, lo que los haría feliz (casi todos estaban de acuerdo) sería el movimiento. Porque tal vez somos seres de cambio y de combustión, y la fijedad, es la noia, la muerte. Estos niños necesitabam soñar con otros mundos y pensar que su vida no se terminaba en esas montañas del piamonte francés.

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