Cada fin de año, en occidente, nos sometemos a la tiranía del tiempo. Qué curiosa es esta noción, pero qué abstracta! Siempre pienso en esa frase de San Agustín en sus Confesiones; Dios, qué es el tiempo??? Cada uno.a tiene sus medidas, pero resulta que cada fin de año, socialmente, se nos pone en la tribuna, e nos pregunta por lo que hemos hecho, qué planes tenemos para el año que viene, nociones de éxito y de fracaso externas a nuestras necesidades, fiestas que no planificamos, ausencias que no estamos preparado.as a soportar, etc…
Caracas es una ciudad medio desierta, hay un desierto, pero también una experiencia desertificada, sin personas, y termino extrañando mi casa, mis familia. Solo.as no somos nada. El vínculo humano es tan fuerte, tan importante, tan vital. No basta con que te escriban, son las voces, las miradas, las que hacen que se sienta compañía. Imagino que alguien que está acostumbrado.a a no sentir esas presencias, termina por ignorarlas. Es como una verdadera muerte, la indiferencia a la presencia de los demás. No necesitar que estén. Con el tiempo sabemos que menos cosas nos sorprenden, pero también que esa sorpresa, esa sensación de novedad es un estado que nosotros.as producimos con lo que tenemos a la mano, es casi un efecto óptico…
Por la soledad de la ciudad, nos sentimos empujadoas a pensar…
Hay una naturaleza generosa aquí que permite sentirse bien pese a que no tienes muchos referentes afectivos. Los Venezolano.as están "en lo suyo", su mundo personal los ocupa totalmente y tienen poca curiosidad por lo que es extranjero. Quizás sea el bienestar en que viven las clases altas, tienen esa indiferencia de quienes saben que todo lo pueden obtener… es a veces insultante. Pero, las clases populares, sin vivir la misma bonanza, expresan una indiferencia similar. Hay insularidad en ellos, salvo los que están en el proceso de cambio, el resto sigue su marcha, con la mirada en el timón.
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