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mardi, juillet 09, 2013

El regreso

Hace dos días que busco el sueño, solo anoche lo encontré y seguimos juntos hasta la mañana inflamada de canto de pájaros. Me dije: tengo que grabar todo este concierto de cantos, este grito de la naturaleza diciéndome: aquí estoy.

tengo imágenes que me vienen a la memoria, están frescas, las puedo recorrer: mis mañanas en la Barcelona, en la Gran vía de Madrid. Este ha sido como un reencuentro, nunca antes he sentido tan cerca estas dos ciudades, ni dóciles, ni cálidas. Esta vez sí, y pienso: he salido de mi noche española, es decir, he abandonado toda la desconfianza que me acompañaba antes, el cambio desde Francia, la incertidumbre, los desfases que no estaba dispuesta a saltar durante una de mis primeras llegadas a España, y ahora sí, estoy abierta  ala ciudad, la dejaba entrar. La ciudad y sus rostros sus caminantes, sus ruidos. Zaragoza estuvo en el medio, como para pasar lentamente de Barcelona a Madrid. He estado además acompañada de amigos queridos, con quienes el diálogo y las distancias se unen en el lenguaje, hay lenguaje. Es curioso, creo que en medio de la crisis, he sentido a España más radiante, más sólida. El vínculo humano más fácil. Me gustaba sentarme en la plaza del mercado de la Barceloneta a ver cómo se mezclaban las voces graves de la gente que vive allí con la de los turistas, su fluir me parecía robusto, continuo, verdadero. Nada los desvía de su verdadera naturaleza, al menos, esa era mi impresión.  Y he sentido que la gente que iba viendo, visitando, era gente con la que podía sentarme a mirar la luz de la tarde. esa sensación es lo máximo, es un hito en la experiencia con mi idioma, dire, que me sentía como separada de él, perdida. Tal vez he encontrado un camino de regreso hacia mí misma, quiero decir, que gracias a Venezuela (creo que hacia una forma de vida más austera, más primaria, donde el deseo no está determinado por ese "afuera", sino por una dinámica interior)
, esta ruta me parece señalada. volveré sobre esto.
Luego, en París, volví sentir que iba a regresar a las mañanas frías en pleno verano, que sentiría frío en los pies cuando en realidad lo que sentía era frío en el alma. Salí al café Wepler, no lejos de la casa de mi amiga Grecia, en la Place Clichy, y ahí, mientras contestaba una llamada del sociólogo Marc Augé, ahora amigo, sentí que algo estaba paralizado en ese ambiente, que el corazón de mucha gente, salvo excepciones, parecía como seco, cerrado al exterior. Pensé en el miedo, el miedo a perderse en ese tumulto de rostros que circula por el mundo, pero ese miedo, también es una forma de sentirse presente. de no perderse, ¿cómo juzgar? Lo que sí veo es que una sociedad fundada en el consumo, cuando termina perdiendo su objeto de deseo, se queda sin nada. 

el café vacío, el aire inmovilizado, rancio, dos mujeres ancianas sentadas delante de una mesa, con un periódico abierto, comentando la actualidad. Fijación. 

La última tarde en Barcelona, subí a la cafetería del Museo de historia y desde allí abracé a toda la ciudad, la montaña, el teleférico. Los aeropuertos, no lugares, como diría Augé, sin personalidad., toda particularidad se diluye. O se petrifica.

foto, playa de la barceloneta. 


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