Ayer, cuando salía del aeropuerto de Quito, pensaba en la necesidad de concentrarme en las sensaciones que iba inscribiendo durante mi viaje. Ser la tabula rasa donde esa nueva experiencia se inscriba fácilmente. He caminado sola por las calles del centro, las plazas, las calles empinadas, disfruté mucho ese tiempo lento de Quito, "ese olor a sierra" que tanto me recuerda a Cora-Cora y que me mece en los recuerdos de la infancia, allá, en la hacienda de mi abuelo materno. De hecho, hay en Ecuador esa mezcla entre el mundo urbano y andino que para mí no es exótica, si no afectiva. Una mujer con sombrero y falda de lana tejida, vendiendo la lotería en una esquina, es una sensación tan, tan natural para mí. Es algo próximo por lo que no tengo tarjeta postal, no, tengo una sensación clara, de carne y hueso. A ver, entremos en en interior y salgamos de la mirada externa, digo esto porque en cada evento público siempre tengo miedo de perderme en esas miradas, siento, siempre, un temor por no reconocerme, dejarme llevar por el entusiasmo del momento, la necesidad de compañía, la manía de "gustar". Me veo inquieta sobre mi silla, en el salón de la Feria del libro, con una cierta a angustia, una sensación de no saber por qué estoy ahí, en principio lo sé, estoy ahí porque me han invitado y estoy feliz de conocer a todas esas personas nuevas, pero no sé si me merezco ese lugar, más que merecerlo, no sé si lo justifico, si lo estoy ocupando de verdad. Creo que escribir es una pasión loca, violenta, a veces sublime, pero muchas, muchas veces, tirana, exclusiva. Es un trabajo solitario, de atención, y cuando estás en público sientes que realmente estás sola, que estás sola con tus dudas y tus obsesiones, pero, stop, no quiero perder el hilo, lo que sentí es que ese instante frente a la mirada exterior me devolvía la justa medida de mi persona: alguien que está siempre en pelea constante con su interior, alguien que intentaba juntar ese exterior con el contenido interior y darle un movimiento, una armonía. Posiblemente mi angustia provenía también de una cierta lucidez y una cierta frustración de no saber si escribir puede seguir teniendo sentido en una época en la que no hay tiempo para concentrarse, en un tiempo en que el imperativo de la vida activa y bulliciosa no estaba plantando el pie sobre la cabeza para hundirla sin prestar atención, escuchar, lentamente, de si todo esto no es una nueva forma de conocer, de pensar, o simplemente que no hay nada qué pensar ni qué decir, es decir, al mismo tiempo que asistía feliz a este evento, se desmoronaba el paradigma de la literatura como un gesto significante, un gesto humano (casi desesperado) por comunicar. ¿Estoy siendo confusa? Espero que no. Creo que la contradicción enorme es la felicidad de entregar, de hablar, y de escuchar y la sensación, clara, limpia, de que es casi imposible. Imagino que es lo que sentía mientras jugaba con el papel sobre la mesa, que igualmente escribir (no quiero hablar de Literatura con mayúsculas, simplemente ese gesto de escribir) tampoco iba a evitar que no nos reconozcamos en el mundo actual: escribir es una forma de fijar, una obsesión por ir en contra del tiempo, y el mundo es movimiento, es cambio constante. Tal vez por eso algunas personas que escribimos preferimos el retiro, el silencio, la austeridad, pero también porque creo que cada vez es más intensa la sensación de que el trabajo, el verdadero, sucede en el silencio, en el anonimato, casi como una labor secreta. Solo ahí es completa, viva la neurosis!!
pasión simple.
De todas formas me es imposible renunciar a la compañía de los otroas, y sí, lo que me apasiona son elloas, no tanto yo, tal vez escriba pasa salir siempre de mí misma, ser la pasarela para acercarme hacia los demás, y no, no hay contradicción, me encanta llenarme de rostros, de voces, de gestos. Por ejemplo, X en tal posición, Y, mirando a H, la sonrisa de P, las manos de R, la vos alta de C, todas esas impresiones que son huellas en la pared de la memoria. No son opacas esas sensaciones, son claras.
Regreso a Caracas y me doy cuenta de que tengo un lugar privilegiado donde escribir, que este país me mece con generosidad entre sus brazos, que aunque muchas veces llore mi Perú, siempre está ahí, esperando a que vaya a plantarme frente a él. Que, cada país es una experiencia que recorro y que luego me recorre por dentro, tal vez una pasión simple, simple...
Pensaba todo esto, luego las imágenes claras, de nuevo el olor de Quito, las ganas de ver, de observar. Las cosas han cambiado y están en plena revolución en este lado del mundo, en cada encuentro, cada entrevista, he sentido que hay una enorme necesidad de comprender de forma independiente, que hay un desplazamiento importante en la interpretación, es una intuición todavía no organizada. Ya vendrá.
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