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mardi, novembre 27, 2012

Con Marc Augé en Caracas

He esperado varios días antes de soltar los que tenía dando vueltas en la cabeza. Sucede que en estos momentos de autopromoción espero a que sea una necesidad,  o ganas de compartir algo muy personal, lo que me empuje a escribir. Es como un recorrido lento, en medio del silencio. Hemos estado acompañando (con Olivier a Marc Augé) durante su estadía en Caracas, y me atrevo a decir que se sintió muy bien compartiendo con nosotros. El hecho de que haya estado en nuestra casa ha permitido esas conversaciones que se dan solo cuando estás frente a una persona en un lugar apartado. Era  la sala y yo veía la mirada de MA recorrer el verdor de los árboles, detenerse en un espacio interior, antes de empezar a hablarme del tiempo, de la edad (tiene 74 años o más, por discreción, no le pregunté su edad), de las ganas de vivir, al menos yo, siempre leí en él al joven, incluso al niño, y no al hombre de edad avanzada. Su entusiasmo por caminar por Caracas, su flexibilidad  para plegarse a la aventura, su confianza en la vida, han sido para mí una lección de saber vivir.

Creo que me puse a escucharlo, sin interrumpir (cosa que suelo hacer por impaciencia) en cómo se veía y cuál era su relación con la muerte. Me citó una carta de Seneca a Lucilius, creo que hablé del miedo que siento de que mis padres ya no estén un día. Y yo sé, como le dijo él que ese miedo tiene que ver con la propia muerte. Más allá de estos temas densos, era su entusiasmo, sus ganas de conocer, decir un sí profundo a la vida, lo que más impactaba (mentener esa ilusión casi infantil por hechos casi ínfimos). Ya había estado en Caracas, y su sensibilidad acerada, lo colocaba en el mismo lugar que nosotros: en Venezuela se vive una transformación fundamental. No es un acomodamiento, no, es una transformación de un sistema de pensamiento. Vio por toda la ciudad el plan vivienda que hace crecer edificios como hongos, pensaba como Olivier que el hecho de que estas construcciones no tuvieran parqueo, no era un error, sino un avance hacia otra forma de civilización para compartir la vida en la ciudad. Durante su conferencia en la Universidad Central de Venezuela, la sala reventaba de jóvenes (1000 estudiantes en dos días!), se le acercaban, le pedía autógrafos, yo percibía una cierta fragilidad en él, en una forma de titubear al caminar, en la mirada siempre unida a su eje interno,  espacio de reflexión y combustión constantes, luego nos fuimos a almorzar a un restaurante de Las mercedes, estaba luminoso, feliz...
Tuve la arrogancia de regalarle dos libros míos, la verdad que sí, hubo algo de arrogancia en ese gesto mío, como si yo hubiese recorrido la misma cantidad de años, como si pudiera haber madurado tantas ideas. Leía su libro Formas del olvido, que me llevaba a pensar la antropología, en psicoanális desde otra perspectiva menos literaria. Estoy contenta y agradecida de estos encuentros que me llenan de energía, pero sobre todo me enseñan que quien sabe más, es siempre quien sabe callar. Nobleza de la sabiduría.

mardi, novembre 20, 2012

respiración

regreso de una larga tarde en medio del infierno de carros que saturan Caracas. No exagero, creo que en lugar de pulmones tengo dos motores. El tráfico es un infierno a escala completamente inhumana, imposible digerir, pero parece que no todo el mundo lo siente así. En este momento muchas personas son una entidad omnisciente, dentro de un auto (pensar que solo el 80% usa el transporte público, es pensar en qué calidad de vida tiene la mayoría si esto sigue así) con varios dispositivos al alcance, lo que hace que su relación con su entorno sea abstracta, irreal, virtual, por lo que, la contaminación y el tráfico de pesadilla no importa mientras llegue a todas partes en auto, a mi casa, al trabajo (que siempre tiene el aire acondicionado), al restaurante, donde sea. El venezolano con automóvil, clase media, y clase media alta, no vive su naturaleza, no vive su ciudad, vive atomizado.

No solo es que no siente que comparte el mismo país que no tiene carro y padece horas de horas para llegar a su casa o a su trabajo, sino que no acepta (y esta es una muralla) una relación horizontal, no pone los pies en el suelo, no camina!

creo que haber recorrido algunas calles me ha hecho pensar lo irrespirable de este momento, es decir, ¿cómo vamos a vivir así, tan encerrados, tan de espaldas al mundo que nos rodea, por qué hemos globalizado la indiferencia y, claro,  la estupidez?

No lo sé y la respuesta da miedo. Es una sensación de desarraigo, nunca hemos estados tan desarraigadoas en medio del smob!! Me da mucho más miedo pensar en las políticas de gobiernos ultraliberales, tan alienados con los valores mercantiles de esta época, que han hecho del deseo una dependencia, una patología cultural: el consumismo (la identidad está en el objeto de deseo, decía Lacan) ... Estas formas de vida no son naturales, son una cosa totalmente monstruosa.

¿será que hay un tercer ojo que nos hace ver que esto es escandaloso? No lo sé, pero a veces siento que este mundo no es mi mundo, que yo no sé vivir en él...

El vínculo social no existe, todos y todas estamos cada vez más atomizadoas, ¿iremos a estallar?


vendredi, novembre 16, 2012

Ecuador

Ayer, cuando salía del aeropuerto de Quito, pensaba en la necesidad de concentrarme en las sensaciones que iba inscribiendo durante mi viaje. Ser la tabula rasa donde esa nueva experiencia se inscriba fácilmente. He caminado sola por las calles del centro, las plazas, las calles empinadas, disfruté mucho ese tiempo lento de Quito, "ese olor a sierra" que tanto me recuerda a Cora-Cora y que me mece en los recuerdos de la infancia, allá, en la hacienda de mi abuelo materno. De hecho, hay en Ecuador esa mezcla entre el mundo urbano y andino que para mí no es exótica, si no afectiva. Una mujer con sombrero y falda de lana tejida, vendiendo la lotería en una esquina, es una sensación tan, tan natural para mí. Es algo próximo por lo que no tengo tarjeta postal, no, tengo una sensación clara, de carne y hueso. A ver, entremos en en interior y salgamos de la mirada externa, digo esto porque en cada evento público siempre tengo miedo de perderme en esas miradas, siento, siempre, un temor por no reconocerme, dejarme llevar por el entusiasmo del momento, la necesidad de compañía, la manía de "gustar". Me veo inquieta sobre mi silla, en el salón de la Feria del libro, con una cierta a angustia, una sensación de no saber por qué estoy ahí, en principio lo sé, estoy ahí porque me han invitado y estoy feliz de conocer a todas esas personas nuevas, pero no sé si me merezco ese lugar, más que merecerlo, no sé si lo justifico, si lo estoy ocupando de verdad. Creo que escribir es una pasión loca, violenta, a veces sublime, pero muchas, muchas veces, tirana, exclusiva. Es un trabajo solitario, de atención, y cuando estás en público sientes que realmente estás sola, que estás sola con tus dudas y tus obsesiones, pero, stop, no quiero perder el hilo, lo que sentí es que ese instante frente a la mirada exterior me devolvía la justa medida de mi persona: alguien que está siempre en pelea constante con su interior, alguien que intentaba juntar ese exterior con el contenido interior y darle un movimiento, una armonía. Posiblemente mi angustia provenía también de una cierta lucidez y una cierta frustración de no saber si escribir puede seguir teniendo sentido en una época en la que no hay tiempo para concentrarse, en un tiempo en que el imperativo de la vida activa y bulliciosa no estaba plantando el pie sobre la cabeza para hundirla sin prestar atención, escuchar, lentamente, de si todo esto no es una nueva forma de conocer, de pensar, o simplemente que no hay nada qué pensar ni qué decir, es decir, al mismo tiempo que asistía feliz a este evento, se desmoronaba el paradigma de la literatura como un gesto significante, un gesto humano (casi desesperado) por comunicar. ¿Estoy siendo confusa? Espero que no. Creo que la contradicción enorme es la felicidad de entregar, de hablar, y de escuchar y la sensación, clara, limpia, de que es casi imposible. Imagino que es lo que sentía mientras jugaba con el papel sobre la mesa, que igualmente escribir (no quiero hablar de Literatura con mayúsculas, simplemente ese gesto de escribir) tampoco iba a evitar que no nos reconozcamos en el mundo actual: escribir es una forma de fijar, una obsesión por ir en contra del tiempo, y el mundo es movimiento, es cambio constante. Tal vez por eso algunas personas que escribimos preferimos el retiro, el silencio, la austeridad, pero también porque creo que cada vez es más intensa la sensación de que el trabajo, el verdadero, sucede en el silencio, en el anonimato, casi como una labor secreta. Solo ahí es completa, viva la neurosis!!

pasión simple.

De todas formas me es imposible renunciar a la compañía de los otroas, y sí, lo que me apasiona son elloas, no tanto yo, tal vez escriba pasa salir siempre de mí misma, ser la pasarela para acercarme hacia los demás, y no, no hay contradicción, me encanta llenarme de rostros, de voces, de gestos. Por ejemplo, X en tal posición, Y, mirando a H, la sonrisa de P, las manos de R, la vos alta de C, todas esas impresiones que son huellas en la pared de la memoria. No son opacas esas sensaciones, son claras.


Regreso a Caracas y me doy cuenta de que tengo un lugar privilegiado donde escribir, que este país me mece con generosidad entre sus brazos, que aunque muchas veces llore mi Perú, siempre está ahí, esperando a que vaya a plantarme frente a él. Que, cada país es una experiencia que recorro y que luego me recorre por dentro, tal vez una pasión simple, simple...

Pensaba todo esto, luego las imágenes claras, de nuevo el olor de Quito, las ganas de ver, de observar. Las cosas han cambiado y están en plena revolución en este lado del mundo, en cada encuentro, cada entrevista, he sentido que hay una enorme necesidad de comprender de forma independiente, que hay un desplazamiento importante en la interpretación, es una intuición todavía no organizada. Ya vendrá.




vendredi, novembre 09, 2012

Tiempos de silencio

Hoy escuché algo así: dejar pasar las cosas, poder concentrarse, entrar en el silencio. A lo mejor no era para nada así, pero creo que el silencio, y el silencio interior, es importante. Odio sonar grandilocuente, pero acabo de oír a una escritora ruandesa (tutsi) hablar de la historia de su país, y la mía,  atravesada de anécdotas, me parece mucho menos importante. Qué importa, dirán, pero sí importa, importa que en esta época de estridencia, se pueda mantener silencio. Me conmueve pensar que escribir puede limpira, curar. Por ejemplo, cuando Scholastique Mukasonga (que acaba de obtener el premio Renaudot en Francia) dice: las palabras son importantes en Ruanda, imprescindibles, la palabra reconciliación es fundamental. Entonces es indispensable pesar sus palabras, saber qué dicen, si dicen...  Hay que saber observar.

No he podido sentarme a escribir en este blog, no ha sido falta de ganas, demasiados temas, demasiadas historias, diálogos, noticias. Esta es una época saturada de información, si seguimos así, vamos a !explotar!

Ayer pensaba en escribir sobre las ciudades, este infierno de ciudades que se han convertido en pequeñas prisiones. Caracas y sus miles de autos, su contaminación, el calor de este año, y de nuevo, los automóviles, el padecimiento del tráfico, el embrutecimiento del tráfico, la desconfianza que a veces asoma como un filo, un espacio por donde toda la confianza se desliza.  ¿funcionará todo esto, a dónde va todo esto? Más allá de la retórica están los gestos...

volveré sobre este tema de forma más clara, aunque, a veces me parece imposible ver claro si no es un acto de amor, de amor, de confianza en lo que intuimos... y confianza en los demás...