La presencia de la narración
La palabra presencia me hizo retomar varios pensamientos que tuve en este último tiempo. Por un lado me hace pensar en que algo está presente en la narración. ¿Qué es esa cosa, o ente que está presente? Esa me parece una pregunta fundamental para responderme. Acaso quizá sea lo más correcto pensar que el narrador tenga una existencia propia con la cual el autor no tenga la más mínima relación. O quizá sea al revés, que un narrador sea básicamente la imitación de un autor que nos viene a contar parte de sus experiencias. ¿Cuánto importa la visión personal de un autor al estar escribiendo? Es otra pregunta que me gustaría responderme.
La palabra presencia me hizo retomar varios pensamientos que tuve en este último tiempo. Por un lado me hace pensar en que algo está presente en la narración. ¿Qué es esa cosa, o ente que está presente? Esa me parece una pregunta fundamental para responderme. Acaso quizá sea lo más correcto pensar que el narrador tenga una existencia propia con la cual el autor no tenga la más mínima relación. O quizá sea al revés, que un narrador sea básicamente la imitación de un autor que nos viene a contar parte de sus experiencias. ¿Cuánto importa la visión personal de un autor al estar escribiendo? Es otra pregunta que me gustaría responderme.
También la idea de la presencia me hace pensar en “La muerte del Autor” de Barthes y pienso que quizá la presencia de esa cosa de ese ente, no debería ser la de una persona de carne y hueso, sino la del lenguaje. Debería ser entonces el lenguaje haciéndose y rehaciéndose el que tenga presencia en la narración. Pero el lenguaje, sabemos, es una cosa con un hueco al medio que ha llegado hasta nosotros como una interconexión para la comprensión del mundo. Un mundo real repleto de cosas materiales, de realidad viva si se me permite el término ¿Podría haber lenguaje sin una referencia real? Esa es otra pregunta que me gustaría responderme.
Veo que en la literatura, llamémosla de menor nivel, hay una necesidad desesperada de convertir al autor en un consejero ideal para distintos tipos de situaciones (el autor como un farmacólogo entregando analgésicos). Veo que a este tipo de literatura la gente se acerca a comprarla en cantidades mucho mayores porque buscan la prescripción adecuada para calmar sus dolores, buscan desesperados a alguien que por lo menos les distraiga del dolor. Es la búsqueda de un ser (que es el autor obviamente) que pueda decirles, con la justificación de la autoridad del conocimiento, cómo deberían corregir sus vidas para evitar al maldito dolor. Y esto me hace comprender que uno de mis mayores temores es caer en este tipo de literatura (como escritor o como lector) sin saberlo.
No me animo por eso a dar una conclusión sobre la presencia. ¿Cuánto debe jugar el “yo” cuando se escribe algo? ¿Cuánto hay de otra “presencia” cuando se escribe algo? Son otras preguntas que me encantaría responderme. Quizá mi inclino cada vez por saber que mi presencia en la narración es de otro, un otro que quizá haya sido creado por mí mismo o que habita dentro del lenguaje. Pero de que debe estar presente algo vivo en la narración, de eso no tengo la menor duda, lo único sería resolver qué sería ese algo.