el regreso a París es también el regreso a ciertos espacios, colores, cielos... Lo primero, una ve superada la nostalgia de Caracas, es la cantidad de espacio habitado, la cantidad de tiendas, de cafés. El placer de tomarse un café en la barra oyendo las conversaciones de los clientes, los acentos, las inflexiones. Me gusta las calles que se extienden como gargantas, que devoran la vista, mejor si están surcadas de árboles, la mayor parte Platanes, a veces, son ficus. Lo que más me impacta es el cambio de perspectiva, al verdor inmenso de mi vista de Caracas, hay concreto. El paisaje es más mineral y claro, aunque la imaginación es fértil, se encuentra rodeada de edificios. Entiendo por qué Proust cerraba las cortinas. Hoy hace frío para julio, mejor! Le temo al calor excesivo y prefiero pensar que podría ir a un café a escribir si se me antoja.
Anoche me dormí, extenuada, entre gritos de niños jugando en un patio, era una bulla jocosa, alegre. Pero el fondo es silencio, un ritmo lento. Ganas de ir a un parque a perderme entre árboles, Bois de Bloulogne o Bois de Vincennes... ya se verá...
Tengo en la cabeza escenas de las novelas de Patrick Modiano, de las calles de Paris. Como yo, tiene las manía de escoger las calles según sus nombres o su estética. Hay calles feas, de hecho, pero otras que tienen una presencia humana fuerte.
Empieza el día.
mardi, juillet 22, 2014
mercredi, juillet 09, 2014
vendredi, juillet 04, 2014
Algunas críticas sobre mi última novela
UNA MUJER DE YEDRA
-VERGÜENZA, Cuadernos del
Sur, Diario de Córdoba, España (02/07/2014): de Patricia de Souza. Editorial Casa de Cartón.
Madrid, 2014.
No siempre son las
palabras como antorchas que iluminan el aire y lo llenan de sentido sembrando
armonía en medio de la oscuridad. Tampoco son siempre magia las novelas, y
mucho menos poesía, o resplandor; pero, en cambio, ésta, la que ahora tengo
entre mis manos, despide un fulgor verdadero, emocionante, porque en esta
historia se mezcla la tragedia con la delicadeza y la ternura, con el erotismo
y la infelicidad. Deja esa sensación que produce en torno nuestro la lentitud
infeliz de la belleza que nace postrada en medio del dolor. Y es verdad que hay
dolor en este relato deslumbrante, pero también hay amor y compasión, y una
belleza estética asombrosa que emparenta curiosamente, aun siendo trágica, con
la que destilan las páginas mejores de la obra del maestro Marcel Proust.
Es preciso decir,
antes de nada, para unir y simplificar todo lo dicho anteriormente que Patricia
de Souza, la autora de “Vergüenza”, es una escritora auténtica, de raza, que
sabe exprimir los frutos de la vida, tanto los dulces como los más ácidos,
destilando su jugo en un mágico licor que enamora al lector por su delicadeza y
por el lirismo enjundioso que contiene. Nacida en Ayacucho (Perú), tierras
vallejianas, en el año 1964, Patricia es una de las narradoras hispanoamericanas
más importantes del momento y ha dado a la luz libros imprescindibles como “El
último cuerpo de Úrsula”, “Stabat Mater” y “Electra en la ciudad”, alguno de
ellos publicado en España, como éste, y el también citado “El último cuerpo de
Úrsula”, Seix-Barral (2000).
Centrándonos en la
novela que comentamos, lo primero que halla el lector es el aliento de la
protagonista, una mujer valiente y seductora que, a través del amor que
mantiene entre dos hombres, Diego y Ernes, va tejiendo un tapiz de emociones muy dispares, un onírico mapa de
regiones desvastadas por una romántica y azul desolación. Este amor dual en una
etapa del relato (la más dura tal vez) se hace tripartito, cuando la
protagonista conoce en la cárcel -intenta salvar de ese infierno a su hermano
Sebastián- a Manuel. Con éste último mantiene una relación febril, salvaje,
densamente erótica; pero luego, al final del relato, vuelve a la calma paradójica
y proustiana de una vida muy densa que discurre, o transcurre, a caballo entre
varios países, Venezuela, México, Francia y Perú, paraíso natal de la
protagonista, donde se cimenta la historia en ruinas de su familia (dos
hermanas además de ella, un hermano y la madre) cuyo lento derrumbe económico y
social es descrito a través de una voz poética, tierna y dura, pero
inmensamente mágica, compasiva: “Crecemos en la ansiedad, en ese miedo del
mañana, oyendo hablar a nuestros padres de deudas enormes…” (Pág. 39). Y unas
páginas más adelante se nos dice: “Ese trayecto me obligaba a contemplar la
pobreza cada vez más creciente en Lima, una pobreza a la que no le encontraba
ninguna explicación metafísica…” (Pág. 54). La caída en desgracia -el hundimiento
económico y moral- en la voz de la autora alcanza expresiones muy sublimes. La
desolación de la protagonista expresada en un terso lenguaje sensorial va
tejiendo la historia hermosa y genuina de una mujer de yedra, ella misma, alguien
que ramifica sus pasiones, sus sueños y sus dudas sobre un fornido muro
tapizado por esa yedra ágil, luminosa, que va decorando los desconchones de una
vida, esa fuerza romántica que transforma en luz celeste las zonas en sombra de
su historia familiar.
Alejandro López Andrada Mayo, 2014
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