Hay algo que me parece fundamental en todo ejercicio de escritura, pese a que a mucha gente le suene extraño, o que la mayoría vea eso con cierto escepticismo, como una pose, nada más alejado. El gran reto es mantener una relación de verdad con lo que se escribe, al menos en mi caso es así. Yo no puedo mentir cuando escribo. Me explico, puedo inventar, hacer una ficción, pero esa ficción, esa invención que no es del todo inventada, debe estar en relación con una verdad que parece absoluta: la que plantea el texto como una forma de coherencia, de transparencia absoluta. En esa grille de fiction, aparece la autora atravesada por esas líneas de riesgo. No se puede escapar de eso, al menos, yo no,
Tal vez Venezuela me ha entrenado en ese proceso, no puedo, nunca, estar en un intercambio de frases automático, siento que lo que me apasiona, lo que me mueve, es sentir que el lenguaje revela cosas, que pone en contacto con lo más íntimo de nosotras. No puedo con la actuación. Cada reunión social donde hay que representar un rol, un estereotipo, donde hay que alejarse de ese pacto interior, me cuesta, me pesa y solo pienso en regresar a mis espacios. No siempre sucede, hay personas, varias felizmente, que permiten un diálogo directo, una compañía atenta. Hay que buscarlas y cuidarlas. No perderse en el juego de representaciones. Imagino que con tanto mensaje que recibimos del exterior, nos cuesta saber quiénes somos.... el otro día oía en la radio (France Culture) que con el tiempo, la noción de sujeto que hemos tenido hasta ahora, ligado a un territorio y una cultura, cambiará. Estamos en plena mutación hacia... no sé, las, los que tenemos que elegir, somos nosotroas...
el deseo es una aguja que se mueve sobre una superficie, mientras más centrada esté, creo que puede orientarse mejor...
yo sigo mi brújula...
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