Arguedas
En el comentario del Congreso de Madrid, cometí un error que se está haciendo recurrente por el uso diario del francés, confundir la g con la j. Luego me he puesto a pensar cómo aparecen esas incorrecciones sin que nos demos cuenta. Dos idiomas de origen latino como el francés y el español tienen, de hecho, muchas cosas que se parecen, sobre todo en la gramática y, sin embargo, son distintos en el uso. El español se renueva con más facilidad y absorbe la vitalidad de los cientos de personas que lo hablan, el francés sigue siendo un idioma republicano, conservador, difícilmente abierto a las transformaciones de su tiempo. Rabelais tuvo que imponer una cierta violencia para sentirse libre cuando escribía, y Louis Ferdinand Celine, el autor de Viaje al confín de la noche, hacerlo también de manera radical, convertido en un provocador, y más tarde en un patético antisemita. Lo que rechazamos en el idioma es la intrusión, algo así como no querer ver quién habla a través de algo que parece que nos pertenece, nuestro idioma materno. Cuando nos damos cuenta de que nuestro lenguaje está plagado de alienacione sy contenidos que no son precisamente nuestros, nos sentimos vulnerables y nos radicalizamos en el uso de ciertas expresiones, es lo que llmo el Pathos del lenguaje. Esta mañana revisaba el libro de José María Arguedas, Yawuar Fiesta, en una traducción francesa, y era un suplicio leer un texto lleno de notas de pie de página y de explicaciones sociológicas o étnicas. Lo hacían artificial y pesado. Detrás de la poesía de Arguedas se veía un tejido ideológico a punto de reventar, las ideas sobre una sociedad pura, pervertida por el Occidente. Lamentablemente, creo que su autor nunca fue consciente de ello. Su intención fue noble, pero el resultado no fue lo que esperaba, un aparato de ficción creíble. Su desfase con las palabras siempre estuvo presente, era como construir algo apoyado en un instrumento en el cual no creía. Y por eso, pienso que Arguedas no ha perdido ni un gramno de su valor. Todos apostamos por una forma de creencia ciega en el poder del idioma para comunicar, sin preocuparnos por las fallas, ni por las alienaciones. Nos dejamos ir, aunque a veces nos demos cuenta de que estamos en una prisión, osea, que creeemos en nuestras ficciones.Y es sólo una cuestión de fe.
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