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mardi, juillet 19, 2016

de la guerra como una afición

Hace poco terminé de leer un libro esclarecedor. No sé si ustedes, pero yo siempre ando a la búsqueda de voces que acompañen, que digan cosas con sentido. Y encarnadas. Los tiempos son duros, sobre todo vividos desde el exilio en Francia, que atraviesa una crisis sistémica, política, moral, y social. Este libro es de un autor camerunés, Achille Mbembe, y se llama Políticas de la enemistad. La enemistad entendida como este sentido emprendedor y guerrero que reboza lleno de testosterona.  La guerra como una elección más en el tablero de lo virtual, en el que las personas no existen, no se las abarca con el afecto, no se las ve sino como un medio para consolidar una ideología, y sobre todo, estoy casi segura, para recuperar una situación dominante en la historia. Se pretende reescribir la historia sin que las mujeres formemos parte de ella. No vemos, como decía Emmanuel Levinas, emerger el rostro como la prohibición del crimen Es imposible que los verdugos miren el rostro de sus víctimas como algo vivo, porque si no, no hay animalidad, depredación... son algunas palabras que me vienen espontáneamente. No solo vivimos una etapa de guerra absurda, es decir, guerras que tienen su origen en esa dominación política (una sola manera de ver el mundo bajo la lupa neoliberal), económica (más de la mitad del planeta en situación de peligro) que ha dado sus resultados, heridas históricas que sangran y curan al ver a sus enemigos,  dañados. Cada cosa es colocada según su origen (Occidental, blanco, etc) su origen. Esta reducción de las personas a su origen domina el mundo, y no solo el origen, el género. ¿Qué va a pasar con las mujeres? No solo se desea reducirlas a un medio de reproducción, sino que, de forma subterránea, parece que hubiese un plan siniestro para acabar con ellas. Nosotras. Yo también estoy ahí, no me veo sola. En medio de un calor de brasa, que deja calles vacía, paraliza a la gente que debe refugiarse en sus casas como ratas. Eso es lo que sucede ahora mismo, las ventanas están cerradas, selladas, las persianas (que son grises) están bajas, las puertas cerradas. Ni hablar de poner un pie en el asfalto con 39 grados y si casi ningún lugar tiene aire acondicionado.
Lo que yo veo es una máquina enloquecida, la capitalista, haciendo funcionar los motores a fondo, se consume, se deshecha, la vida está desierta de símbolos, hay una pobreza en la imaginación consternante, una pobreza en las relaciones, envejecemos todos y todas encerrados en nuestras casas, muriendo de miedo (el último atentado de Niza el 14 de julio ha sido traumático, y se vienen los festivales de verano, sic) y de soledad.
¿Es esta la sociedad civilizada que tanto hemos imitado y que sigue siendo elogiada como la sociedad "desarrollada" en contra de aquella, se supone salvaje, no técnica, no industrial, más frugal, más austera y emotiva? Es decir, ¿ es este el sueño de la razón occidentadl? Hay que hacerse la pregunta. Yo me aventuro a decir que esta razón ha producido sus monstruos, el suicidio climático, la guerra como forma gobierno, la situación de parias de las mujeres, las poblaciones excedentes, el saqueo de los recursso naturales, los infantes que mueren de hambre, los refugiados como un drama que sucede frente a la indiferencia de quienes piensan que son "ellos" quienes encarnan la civilización, qué es todo eso, qué somos todos y todas si aceptanos calladas y nos sentanos a una mesa como si nada?
No sé a qué planeta huir, no tengo otro.
es lo que me digo cuando camino por las calles vacías de este caserío de sur de Francia, tan bello como solitario. Todo un país bajo "piloto automático", sin pensar, sin dialogar. Esa palabra está cada vez más usada. Dialogar significa ser oído, no escuchar. Son tantas ideas. Hoy tenía que ponerlas por escrito, aunque sea así, de manera desordenada.