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vendredi, janvier 01, 2016

Inicios de año

Cada vez más alejada de esa "ritualización" del inicio de año tan naturalizada por el poder del comercio. La histeria general me deja impasible, mis tiempos son solo internos, nunca impuestos desde fuera. Esta mañana me levanto temprano con sensación de saturación, necesitaba escribir, ir procesando los días, desgranándolos, es curiosa esta vocación de botanista (sic). Es la única que tengo de oponerme, de existir en medio de esa aplanadora que es el consumo, que nos robotiza y nos ignora. Estamos en Santander, en Cantabria, en un balneario que se llama el Sardinero y que nunca hubiese conocido si no viviese en Pau. Esta parte de España es muy verde, muy generosa, llena de campiñas regadas de vacas y casas de piedra y tejas, hermosas. Están todos los elementos, mar, montaña, y la gente vive bien, come bien, vive un poco a su ritmo. No he notado estrés, de hecho, la calidad de vida de los españoles en ciertas provincias mantiene una calidad en el trato, amistad, risas sueltas, miradas luminosas. En Francia, la velocidad de la información y el miedo homogenizan todo.

Anoche pensaba en qué difícil es decidir sobre su vida, tal vez por eso escribo tanto, lo único que me pertenece, qué difícil mantenerse cerca de sus referentes, mantener una continuidad histórica, dar trama a todo este desorden. Sobre todo este año de guerras, de clima loco, de refugiados y precariedad globalizada, esto es como un bosque lleno de incendios.

Hoy empezamos nuestro regreso a Francia... Lento, espero poder ir recuperando mis huellas en la carretera.

Visto una película sobre las respuestas de muchas personas al reto mundial de cómo podremos sobrevivir a esta catástrofe. He pensando varias veces que hay como una especie de constante tensión en mí, la de estar recibiendo mensajes que otras personas no pueden ver. No es que crea en ser visionaria, sino que sí hay como un constante estar interpretando las marcas. Ya lo he dicho en otros posts, ir descifrando. traduciendo.


cuando estuvimos en las Cavernas de Altamira, además de que el lugar es poderoso, montaña, mar, largas filas de muros de piedras, chimeneas, vacas y ovejas además de aves rapaces, varias palabras vinieron a  mi mente. La de era glacial, que permitó la vida en la tierra, venía acompñañada de la del "recalentamiento climático", pero pensé, hey, no puedes er tan tremebunda, tan exagerada. Imagina : ¿cómo se les puede decir a tanta gente que nos hemos equivocado de ruta, que hay que apagar el plantea entero y dejar de moverse en motores a combustión? Yo recuerdo haber escrito alguna vez: me gusta todo lo que se mueve, todo lo que fulmina. Recuerdo mi fascinación por el auto, que aun la tengo, y el road movie y la novela del desplazamiento, los aviones, etc... ahora, todo eso, tiene que detenerse o bajar la velocidad? No sé cómo se puede integrar una idea semejante, a no ser que se reemplace a corto placo el petróleo por otras sustancias no tóxicas. No lo sé. Aqunue también me parecía casi imposible que se incluyera el pronombre femenino en la forma de hablar, y es algo que se hace ahora en muchos lugares, en Venezuela, en España (Podemos), en Bolivia, etc... Era cuestión de voluntad. Creo que tengo que aclarar mi empecinamiento que se incorpore en pronombre femenino en el hablar, es una primera transformación para salir de la dominación simbólica, para dejar de ser las prótesis del masculino. Yo creo que el género debería desaparecer, pero temo una guerra civil, así como si se les dice a la mitad del planeta que no llegaremos a ese estado de bienestar occidental que ha fallado en su diseño dependiente de elementos fósiles, que el nuestro, más frugal, más arcaico para algunos, es el ideal. Una vida sin tanto motor, sin industria, sobre todo la horrible industria agroalimentaria.
Una cosa que me sorprendió en mi visita a Cantabria, es que estando en la playa hubiese gente con Ipads, es decir, no era un lugar urbano, pero la ciudad mordía la playa y se la comía. Es lo mismo en Santander, para sentir el mar hay que caminar (por el malecón de la Pereda), dejarse llevar por los senderos que se han construido para llegar hasta él, aunque cuando ya estamos frente al mar, parece más una tarjeta postal, queremos añadirlo a una serie de secuencias automáticas que ya hemos percibido antes, y dejamos que sea una imagen y no un espacio, un sitio vivo.
Visitamos la casa de una amiga escritora, María Tena, una casa como me gustaría tener a mí en Ayacucho, rural, cómoda, discreta. Había vigas en los techos, espacios abiertos a la campiña húmeda, pulmones de hierba fresca, barro, piedra, casas abandonadas, todo lo que alimenta la ficción. Comimos delicioso en un restaurante del puerto, San Vicente, y luego, dimos un paseo por la playa, conocimeos a la familia, y sentí que estaba en Lima con la mía, que esa fluidez, ese tumulto de voces de una familia numerosa, esa facilidad para organizar, conversar, atravesar la vida, no la tenía en Francia. Y, claro, me pesó el corazón porque me pierdo demasiadas experiencias, demasiadas cosas en esta sociedad francesa frígida, vanidosa y autocentrada. Una pena, porque cuando releo a Simone de Beauvoir sé que han habido épocas más generosas, pero yo estoy aquí, en el ahora trémulo y limitado, con mis libros, mi biblioteca, mi soledad monacal, esperando la llegada de Olivier para dejar de escribir, la ida a Lima o un salto a Barcelona para ver más gente. París me queda lejos en el afecto, he perdido los contactos y la veo paralizada como ciudad. Las últimas veecs ha sido pesado estar allá, aunque no me faltan las ganas de ir, de ver a alguns amigos y detenerme en las esquinas a contemplar gente, perderme en los museos, sentarme en el parque de Luxemburgo sobre sus frías sillas y balancear las piernas mientras las nubes se aprietan en el cielo cargado.  Todo eso lo haré, solo que no sé cuándo.

Foto, con la escritora española María Tena caminando felices por la playa de Cantabria.