mercredi, septembre 16, 2015
afinidades electivas
retorno de viaje a Barcelona por la Costa Brava, lo más visible es cómo la naturaleza se va trasformando, desde que se abandona la región de los Pirineos y se entra en el mediterráneo cambiando abedules, alisos, o castaños, por pinos y cipreses. Hay algo más liviano en esos bosques que se empinan sobre montañas más áridas, algo más ligero, más juguetón. Luego el paisaje cambiará de manera más radical, las construcciones en España (luego paso a explicar qué es la región catalana) son distintas, pasan a ser más ligeras, menos macizas que en Francia donde todo se hace en función a un clima más frío, la durabilidad es un criterio distinto que ordena las ciudades de otra manera, la calidad del aire, la frecuencia de lluvia, incluso el cielo, es menos denso en el sur debido al sol que pega más fuerte. Yo siento ese descenso inmediatamente. Y bueno, hablar de España, no es hablar de toda España, sobre todo ahora que la región catalana se inclina por su independencia. La verdad que me cuesta mucho entender. Desde varios puntos de vista, extranjeros y locales, las visiones son distintas. Para quienes son de la región y hablan la lengua catalana, es una reivindicación noble, de pueblo oprimido y perseguido desde hace siglos y más aun durante la dictadura de Franco, pero, para ciertos extranjeros que viven allá, es una opción más bien egoísta que desea una identidad más cerrada, excluyente y, sobre todo de fondo económico. En Francia se ve a España como un conjunto, muchas veces, como se tiende hacer aquí, es una caricatura más que una identidad real, más compleja. Desde fuera, da la impresión que España tiene un carácter cultural general, vida de calle, cafés, bares vetustos, comidas, y una música del idioma, que sea castellano o catalán, fuerte. Pero, ¿es así? Ninguna identidad es cerrada y menos homogénea. No me queda claro que se reivindica puesto que la autonomía del gobierno de la Generalitat es ya importante. El punto es si esta es, como decía una amiga, una reivindicación de una burguesía local muy capitalista. Es decir, que, sabiendo que los ingresos comerciales y de impuestos son altos, se quiere la independencia para manejarlos a su antojo y dejar de repartirlo con otras regiones, por ejemplo, las del sur. (olvidando que el florecimiento de esa región es también gracias a la UE) Yo no creo que sea esa razón tan mezquina pero sí que su mirada no es transformar su sistema político y económico, sino fortalecer el que ya existe. De ahí que me quede en al aire cuando algunos amigos me dicen que buscan ser independientes como "nosotros hemos llegado a serlo" al separarnos del yugo español hace doscientos años (?). Esa comparación, me sorprende. Algún episodio no entiendo o no he entendido. No me seducen estos nacionalismos que surgen en Europa y que no los leo de la misma forma que en América latina. Trataré de explicarme: yo creo que son muy distintos porque no son solo económicos, recuperar el manejo de ciertos aspectos de la economía para detener un saqueo constante en nuestras regiones, sino que son políticos, significan incluir a una parte de la población, la más numerosa, la más vulnerable, en un proyecto de país. Sobre todo son contrarios al racismo porque no hay que olvidar que los países llamados "progresistas" reivindican una visión nacional pluricultural, y otro pequeño detalle, tienen también una intención no-patriarcal de la sociedad (solo que no se traduce en hechos concretos, el avance es lento). En una Europa de guerras las exigencias son otras y se entienden de otra manera, la gente vive manipulada por el miedo, y el miedo es al Otro y Otra con otra manera de vestirse, de hablar, y con creencias distintas. Ese es el talón de Aquiles de los nacionalismos europeos que terminan inclinándose a la extrema derecha, rechazando todo lo que signifique falsamente un peligro, y que les impide poner en duda el modelo consumista aletargado por los programas de austeridad que se han impuesto en países como Francia. El miedo es a la inseguridad, y, en lugar de pensar en cómo salir de ella votando por otro tipo de representantes, o renovando sus clases políticas, activando la participación ciudadana, cambiando de perspectiva, solo se busca un culpable, atrapar al extranjero, emigrante o refugiado como el culpable. La emigración que recibe Europa es mínima compara con Libia, con Irán o Turquía (4 millones en Libia, 2 en Turquía y no sé cuántos en Irán). Un ejemplo en América del Sur, es como si Venezuela que ha recibido a 5 millones de colombianos, de los cuales una gran parte han sido desplazados por las guerra interna que dura ya cincuenta años, dijera y crearía una alarma sobre este tema. Es que es un falso positivo que tapa el problema más importante: cuál es el proyecto de la Unión europea. Creo que es imposible que la gente razone con serenidad, la mayoría reacciona mal. A veces me pregunto cómo se ha llegado a esta crisis de valores sociales, es decir, hacerse la pregunta fundamental: ¿ hay que ser solidarios o autocentradoAs, no es acaso esta sociedad basada en el consumo y en el tener lo que hace que las vidas solo tengan sentido en lo material, qué somos sin marcas, sin ataviamos, sin falsos valores ornamentales? Tener lo justo no es el problema, es no poder seguir consumiendo. Y ahora me aparto de este tema porque poco a poco empiezo a pensar que hay esa "avería simbólica" en el lenguaje en general que impide que alguien se represente a una persona como un todo y no como una proyección de sí mismoA, como algo entero y no fragmentado, como un igual, un par, un hermano o hermana. A una parte de la población esto les suena a discurso angelical, a ingenuo, es mejor sacar garras, denigrar. Las relaciones sociales, sobre todo las de la clase media en Francia (hay excepciones, de hecho, es lo que permitirá un cambio, de hecho la población más joven), la que Emmanuel Todd calificó de "zombi", prefiere ser desapegada y cínica, se envilece cada vez más llena de frustraciones de consumo y miedo del futuro que se encarnan en el "migrante". Su fuerza no está en el interior, en la imaginación, en la creatividad (fuerzas dinámicas y vitales) sino en la mezquindad, en el desprecio del otro (un gesto deleznable es mirar la ropa de los demás, la piel de los demás y no conmoverse sino alegrarse de que esté desgastada, sea modesta, etc), es una población sin estado de alma, sin poesía, a la que le han dejado sin voz a fuerza de convertirlas en máquinas de administración, con vida de contables, y seres de consumo. Sobre todo, la población con más temor a ser desclasada. A veces me pregunto qué hace tanta gente comprando, por qué la gente que ya tiene lo necesario desea más, por qué cuando ya has vivido tu vida deseas más objetos si no es para llenar el vacío de una vida vivida solo para ser una cifra en una estadística. Es terrible y es la mueca que desfigura el rostro de mucha gente. Pienso: la única forma de luchar contra eso ese seguir haciendo poesía, es el canto en lugar del grito, el lenguaje en lugar de la propaganda, persistir.
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Pasamos una noche en casa de Fernando Tola, que es un filólogo divertidísimo, hermano del pintor, José (amigo de años), de una pintura extraordinaria y de una intensidad rara. Creo que desde hace tiempo no dormía tan bien, no solo la calidez de los dos, Nonoi, su compañera es de esas personas que disfruta de la compañía, que recibe de verdad. Son, lo que llamo, "afinidades electivas", pese a ser de generaciones distintas, hay algo que fluye de manera natural, es el arte de la mirada a través del arte, eso era su casa, un objeto puesto de una manera distinta, unos muros de piedra que respiraban el pasado, arrojando su cálida luz,, unas camas suaves y generosas, una cena con una conversación deliciosa, unas anécdotas divertidas, un cielo claro, una terraza inmensa y corazones abiertos, dispuestos a la vida y a la alegría. Me encantó dormir rodeada de objetos hermosos, cuadros de José Tola, Syzslo, cerámicas del Perú, puertas venidas de México, otras de la región, escuchar el catalán de la mañana, en suma un mitsein perfecto.
Pensé en lo que siento cuando a veces estoy en un lugar como el Louvre o en algún espacio donde se juntan arte y presencia humana (no aquellos y aquellas turistas que asisten como sonámbulos a tomar y tomar fotos, sino esas personas que a veces se acercan silenciosas, extasiadas, a entregarse al lugar) y me parece que en ese lugar no te puede pasar nada. Esa serenidad, completamente interior existe. Eso es lo que la gente boba y necia que protesta y siente miedo que le quiten un poco de su comodidad no entiende, no entiende que un plato de comida compartida es mejor, que una sala compartida es más grande, que una casa con gente es vida. De paso, nunca he comido tan rico, en una taberna, garbanzos con un boudin rojo, pescaditos, una delicia. El día anterior una amiga, Valerie, que es norteamericana y es fresca y sonriente como un girasol, nos recomendó otro en BCN que estaba también perfecto, ligero, sofisticado y delicioso, además de muy barato. Cosa que hace bien, como una dimensión más en las simetrías...
fotos, vista de la una parte de la masía de la familia Tola en Moià, la hermosa entrada que me trajo reminiscencias del Perú.
mardi, septembre 01, 2015
Número monográfico dedicado al Perú
Words Without Borders, es una publicación de mucho prestigio que promueve la literatura de diversas geografías en los Estados unidos. Este número dedicado el Perú, reúne a una parte de los escritores y escritoras peruanas que están publicando estos últimos años. Gracias al trabajo esmerado de Valerie Miles y Eric Becker, así como los distintos traductores y traductoras, este número aparece bajo una pintura de José Tola, amigo pintor. Echen una mirada a los textos que son muy diversos, tanto en temática como en la forma, lo que confirma que el Perú es una realidad "pluricultural".
Aquí la interesante presentanción de Valerie Miles: Peru is one of the truly enchanting, enigmatic places on earth, and Lima—its gritty, vibrant capital of ten million—one of the hottest literary and gastronomical scenes in Latin America today. In 2006, Simon Romero wrote in the New York Times about two Peruvian writers who had recently won significant Spanish literary prizes, Santiago Roncagliolo and Alonso Cueto (who will have a piece in a future issue of WWB dedicated to gastronomy), and in a tone of cautious optimism pointed to the appearance of breakout indie imprints like Estruendo Mudo, or the venerable Peisa, dedicated to promoting the work of Peruvian writers. He also mentioned a new magazine, Etiqueta Negra—based on the model of successful Colombian and Mexican magazines Malpensante and Gatopardo and under the direction of Julio Villanueva Chang—that fostered narrative nonfiction in the New Yorkervein. Since then, new magazines like Buen Salvaje have appeared and expanded their presence with sister-magazines all around the Spanish-speaking world, and another attraction, the Lima Book Fair, as I had a chance to see for myself last year, now draws huge crowds of readers and writers from around the world. Clearly, the country is experiencing a literary renaissance, thanks to continued socio-economic and political stability, and undoubtedly the result of the 2010 Nobel for Mario Vargas Llosa, the last of the great Boom Generation writers who emerged in Latin America during the sixties and seventies (along with Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, etc).
In a conversation with Javier Cercas in June of this year, Vargas Llosa indicated that when he was growing up in the forties and fifties “nobody in Peru dreamed of becoming a novelist, it was simply inconceivable. People wrote, but it was a hobby, not a profession. Today that’s completely changed.” At that time, Paris was the mecca for Latin American writers; after the Second World War, during the fifties, sixties and seventies, as it was for Americans of the “Lost Generation” during the twenties and thirties. It’s where they went to meet, to read each other, or to seek refuge from the political turmoil in their own countries. Vargas Llosa had never read Borges before arriving in Paris, and other Peruvian writers like Julio Ramón Ribeyro and Alfredo Bryce Echenique lived there for many years. These were some of the most influential writers for the generation of Peruvians who were born in the 1960s, some of whom are included here, like Enrique Prochazka, Fernando Iwasaki, Patricia de Souza, and Ivan Thays.
Peru possesses an exceptionally rich amalgam of voices, peoples and languages, a kaleidoscope of indigenous cultures, Spanish creoles and mestizos, and immigrant communities from Africa, China, and Japan. The Incan language, Quechua, is still the mother tongue for millions of Peruvians, and some sixty other native languages are still active, many with robust oral traditions. We’ve included an audio clip in this issue of a Tikuna cosmography, told in the language of the largest tribe in the Amazon. In fact, more than half of the country is covered in tropical rainforest, though only five percent of the population lives there. Lima’s urban landscape, its colonial center a UNESCO World Heritage Site, peeks out over the Pacific where the frigid Humboldt Current passes, one of the most productive marine ecosystems in the world. The highest glacier in the Peruvian Andes stands at a stately 22,000 feet above sea level. It’s a country of extremes that reveal themselves in the literature.
Herman Melville was not immune to the literary charms of the melancholy, “tearless skies” of Lima when he visited one winter in 1844, just a little over twenty years after independence from Spanish colonial rule. He wrote a haunting description of the city in Moby Dick: “Nor is it, altogether, the remembrance of her cathedral-toppling earthquakes; nor the stampedoes of her frantic seas; nor the tearlessness of arid skies that never rain; nor the sight of her wide field of leaning spires, wrenched cope-stones, and crosses all adroop (like canted yards of anchored fleets); and her suburban avenues of house-walls lying over upon each other, as a tossed pack of cards;—it is not these things alone which make tearless Lima, the strangest, saddest city thou can'st see.” But it was more than a sad city during the dictatorships of the seventies and eighties and throughout the grim, violent years of the nineties, when the city fell prey to corruption and drug trafficking, and the Maoist guerrilla war led by Abimael Guzmán and The Shining Path moved from the rural areas to the heart of Lima, claiming nearly 70,000 lives. This issue is arranged as a mosaic of voices and forms—short fiction, poetry, and reportage—that builds a portrait of two generations that came of age during these bleak years, when Vargas Llosa, after losing his presidential bid to Alberto Fujimori in 1990, considered Perú “not one country, but several, living together in mutual mistrust and ignorance, in resentment and prejudice, and in a maelstrom of violence.” The fact that Peru finds itself in the throes of a cultural renaissance, aided by political and economic stability, shows that a recovery can flourish in the bleakest of landscapes.
Most of the writers in this issue were born in the sixties and seventies, excepting Carmen Ollé, who is from the generation of writers that emerged in the 1970s and an established, highly respected poet. The other writers all came of age during the political and social turmoil of the eighties and nineties, and many suffered displacement along with their families or found educational or economic opportunities in other parts of the world, forming a diaspora.
This selection is but a fraction of what it could have been: many vibrant emerging voices are not included here, like Daniel Titinger, Karina Pacheco, Juan Manuel Robles, Jeremías Gamboa, and Gustavo Faverón.
We’ve selected three pieces of reportage that tip their hat at the narrative nonfiction form that Etiqueta Negra has fostered and promoted over the years and which has become a trademark of Peruvian reportage. Both Santiago Roncagliolo and Gabriela Weiner narrate adventures in the deep jungle. Santiago discovers how between poverty and dignity “the difference lies not in the budget, but in the creativity and organization of its use and disbursement. And, perhaps, a touch of magic.” Gabriela’s delirious journey is precisely to that magical side, where she finds the nirvana of ayahuasca. Sergio Vilela writes poignantly of the desperate times in Lima during the war and how a culinary star like Gastón Acurio began to change the idea Peruvians had of their own country, turning it into a place “that was unthinkable in the war years in which I grew up.”
Julio Durán writes from Iquitos, Ivan Thays, Carmen Ollé, and Victoria Guerrero from Lima, Patricia De Souza from Paris, Gabriela Wiener from Madrid, Enrique Prochazka from Norway, Fernando Iwasaki from Seville, Carlos Yushimito and Claudia Salazar Jiménez from the US, Sergio Vilela from Bogotá, and Santiago Roncagliolo from Barcelona. Most of them spend large amounts of time in Peru. Many from the diaspora have already returned to take part in this burgeoning new atmosphere, or are planning to do so. And interestingly, this dynamic cultural milieu is being vigorously cultivated by the public institutions, contrary to short-sighted trends in European countries that are gutting cultural budgets as the first to go during times of austerity. Tourists do not flock to see the beauty of a country’s banking system.
The stories here are indicative of the wide variety of styles in contemporary Peruvian literature, where individual approaches trump the need to fit into some imposed stylistic collective. Though they belong chronologically to specific generations, there is no manifesto. They aren’t following an established aesthetic, but have found the means to express their worlds in singular and original ways. Much of the writing is set in urban environments, though that doesn’t always mean Lima, given the locations of so many of the writers. This is evident in Patricia de Souza’s bitter story of being a poor philosophy student in a place like Paris, which like Mario Vargas Llosa’s novel The Bad Girl revisits and challenges the myth of Paris as the center of literary culture, as Bolaño did in The Savage Detectives, showing that the City of Lights is now rather past its prime. Enrique Prochazka’s story, which is part of a novel in progress, shows careful pacing and the spooky thrill of man versus man in the frigid Andes. The issue of tourism is inferred in the background.
The writers here demonstrate a clear desire to tell a story more than experiment with form for form’s sake. They tend to eschew the conceptual, being at once deft and in intimate control of narrative techniques to extract the best effect from the story itself: to move, to disturb, to titillate, to elicit strong emotions from the reader. This is done through plotting and technique more than in pyrotechnical feats of language—with the possible exception of Carlos Yushimito, who uses language to create a sort of derangement des senses, a constant displacement so that meaning is hinted at, never fully disclosed. His story is split into three installments; the two that will follow in future issues show this in passages of incantatory vision.
These are two generations made up of the sort of professional writers whom Mario Vargas Llosa identified as a burgeoning new literary flora and fauna. They aren’t self-indulgent writers, they don’t write with their backs to the readers. They’re cosmopolitan, even when in strict dialogue with Peruvian traditions because they’ve read widely, speak other languages, and are engaged with world literature. The thing about being in a country that’s on the periphery is that they have read across many other traditions—European and American, Joyce, Kafka, Dinesen, Faulkner, Woolf—but they’ve also read their own: Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Bryce Echenique, José María Arguedas, and the other Latin American and Spanish writers, from Borges to Bolaño to Javier Marías to Silvina Ocampo. As a result, they are largely more cultivated and more widely read than their American colleagues. Myriad experiences in the diaspora or as students abroad serve as source materials they bring in to the mix, but their activity on blogs and social networks means they are never too far from home and in touch with their natural Peruvian readership.
All this goes into building a geography of the contemporary Peruvian literary imagination whose points include the dark humor of Claudia Salazar Jiménez, the precious, evocative cruelty in the fictive worlds of Carlos Yushimito or Patricia de Souza, the eeriness of ritual and death in Fernando Iwasaki’s story, and the roiling tension and heartbreak that human violence inflicts in the stories of Julio Duran and Ivan Thays. They evoke the private landscapes of characters desperately struggling not to lose themselves in the maelstrom of being alive. And not always succeeding. Carmen Ollé is one of the cardinal points for younger poets like Victoria Guerrero, whose harrowing poem of a sister’s illness has the effect of lingering long after it’s read. And finally, the narrative testimonies of their time and their Peru, penned by Santiago Roncagliolo, Gabriela Weiner, and Sergio Vilela, dialogue with the backdrop of a creation myth of the Tikuna people, an example of what lies quietly at the bottom of it all, the ancient cultures that still exist, holding on to their own rites and rituals in this boundless, compelling land that is Peru.
Read more: http://wordswithoutborders.org/article/geography-of-the-peruvian-imagination#ixzz3kYlcbyBP
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